Ensayo
El tiempo no da
saltitos inútiles como peces en la red
Autor:
Roberto Carlos Gómez
Sánchez
Capítulo 4. ¿Por qué sentimos el tiempo acariciar
nuestra piel?
Ahora bien, retomando algunas de las preguntas
más complejas de la ciencia y filosofía, las que tanto han inquietado a toda la
humanidad: ¿Realmente existe el tiempo?,
¿por qué tenemos noción de él?, ¿por qué lo sentimos venir y partir?, ¿por
qué sentimos algo intangible?, ¿cómo nació el concepto de presente, pasado y
futuro? La respuesta la encontramos en varios factores enumerados a continuación:
1. Brindarle solemnidad a los ciclos terrestres. Reseñamos
brevemente esta particularidad cuando abarcamos la diferencia del tiempo y las
demás magnitudes. Y es que el hecho de festejar el final y comienzo de un ciclo
natural terrestre nos hace ver como si el tiempo fuese algo concreto, que
sentimos como algo que viene y se va, esto por la incapacidad de nuestro
cerebro de informarnos a cada instante, a cada momento, que lo que realmente
viene y se esfuma son los ciclos de nuestra roca giratoria, mas no el falso
tiempo, todo esto mientras la materia se deteriora y recicla.
Esta confusión radica en que al final e
inicio de cada ciclo convertimos este fenómeno natural en un gran evento
social, un gran acontecimiento para nosotros, algo especial para
nuestras vidas. Un claro ejemplo es cuando festejamos nuestro cumpleaños o el
año nuevo (ciclo largo). En cambio en los ciclos pequeños no lo asumimos como
festejos, sino como compromisos que cumplir (por decir algo), Un ejemplo es el
salir a trabajar en cada amanecer y regresar en el crepúsculo de la tarde. No
festejamos con fiesta el nuevo amanecer, a menos que sea la fiesta de
cumpleaños y nos den serenata. Lo que digo es que no sucede así cada vez que
midamos un poste o un árbol con una cinta métrica, o calculemos el volumen del
agua, en estos casos no festejamos esos eventos, solo lo apuntamos en una
tabla de medidas o en un inventario.
Cada vez que la Tierra finaliza un movimiento
de traslación festejamos el gran acontecimiento del año nuevo, una gran fiesta
mundial. Esa ceremonia humana se incrustó en nuestra piel y en nuestro cerebro,
y nos hace sentir como si verdaderamente el tiempo hubiese pasado. Cada neurona
ha asumido que nos vamos volviendo viejos porque estamos acumulando vueltas
terrestres o años. Es algo muy errado, pues sabemos que envejecemos con vueltas
o sin vueltas. La acumulación de ciclos es solo una estadística, en
realidad nuestro cuerpo no acumula vueltas de traslación, simplemente
nuestra fisionomía se transforma dentro de un marco evolutivo, y esta variación
de envejecimiento se dará siempre, aunque la Tierra no gire. Al celebrar un
nuevo ciclo de traslación terrestre, solo estamos añadiendo deterioro a nuestro
organismo, a «nuestra vida útil».
Nuestro cumpleaños es otro ejemplo de la
solemnidad de los movimientos terrestres, otro ciclo que convertimos en una
gran ceremonia para nuestras vidas, un año más de vida; pero solo es un nuevo
giro de traslación que llegó a su final y da apertura otro. Y así hay muchos
eventos importantes que presentan al falso tiempo como algo real, como lo son
la navidad, el día de las madres, las estaciones del año, un mundial de futbol,
además de otros. Y si al final de cada ciclo lo envolvemos con las siguientes
expresiones repetitivas: ¡Un año más de vida! ¡Feliz navidad! ¡Feliz
cumpleaños! ¡Feliz año nuevo! ¡Feliz aniversario! ¡Feliz día de las madres, ¡Ya
comienza otra temporada de futbol! etc.: cada expresión se instala en nuestra
memoria y ayuda a confundir más nuestra mente.
Lo anterior en cuanto al movimiento de
traslación, ahora miremos a la rotación
terrestre, pues como hemos señalado, no celebramos la salida ni la puesta del
sol cada día, pero sentimos que el tiempo pasa. Sin embargo, no nos hace sentir
que envejecemos, debido a que es un fenómeno corto. Ese ciclo lo asumimos como
un compromiso de actividades diarias, casi constantes, de cumplir una labor
cada vez que la claridad del sol traspasa nuestra ventana. Hay miles de
compromisos y quehaceres como el ir a estudiar por la mañana y regresar al
mediodía, ir a trabajar por la mañana y regresar por la noche, trotar,
vagabundear... Aunque no hagamos nada en todo el santo día, de todos modos es
una actividad, pues siempre habrá variaciones de todo tipo en horarios
determinados, como la hora de desayunar, almorzar, bañarse, ver tv., etc. Cada
vez que cumplimos estas actividades dentro del caminar del sol y su sombra en
el suelo (recuérdese que los primeros relojes fueron la proyección de la sombra
del sol), nuestro confundido cerebro siente que ha transcurrido el tiempo. Ese
acto repetitivo de ver amaneceres y ocasos (rotaciones), incrustados dentro de
afelios y perihelios (traslaciones), nos hace creer aún más en el caminar del
falso tiempo. Todo es un simple ciclo de nuestra roca, independiente a
cualquier suceso o actividad diaria. Y si le agregamos expresiones como ¡Buenos días!, ¡buenas noches!, ¡lindo
amanecer!, nos hace sentir la noción del tiempo.
2. El movimiento. Todo
es movimiento, y el movimiento es trasformación. Los movimientos de los astros,
el crecimiento de una planta, el caminar de una hormiga y el vuelo de una
mariposa, el nacimiento de dos placas tectónicas, el crecimiento del cabello y
asentamiento de una arruga, el parpadeo de un bebé, un cernidillo, el bostezo
de un holgazán… Esa es la realidad, estamos
rodeados de entornos móviles, todo lo que presenciamos es el deterioro de la materia en
general mientras la Tierra da vueltas. Y como todo en
el universo no se pierde sino que se recicla, básicamente lo que presenciamos
es el reciclaje y trasformación de la materia, y no el caminar del perezoso
tiempo.
Vemos el paso del sol de este a oeste, pero la realidad es que el está
«estático», lo que gira es la Tierra sobre su propio eje y pareciese que se
mueve en nuestro cielo. En todo caso, es un fenómeno natural de todos los días.
Sin los movimientos de la Tierra no sentiríamos el pasado o futuro, solo
sentiríamos el presente. Veríamos estático al sol y las estrellas, en una zona
tendríamos una eterna noche y en otra un eterno día, nada de amaneceres y
años nuevos que festejar. Nunca sabríamos cuando comienza y concluye un nuevo
ciclo. Pero la evolución y toda la transformación de la materia seguirá su
ritmo normal, los arboles seguirán creciendo, creciendo al nuevo ritmo que impongan
los movimientos de la Tierra, esto porque habrá una sola noche y un solo día.
Todo se altera, siempre hay variación a nuestro alrededor y en nuestro ser
mientras la Tierra se mueve entre amaneceres y ocasos. Se altera el movimiento
de los ciclos de las esferas celestes, y asimismo los movimientos de los seres
vivos e inertes. Toda generación ve crecer una planta, secarse un río, crecer
una montaña, nacer una isla, crecer un hijo, crecemos nosotros, se nos cuartea
la piel, vemos envejecer a nuestros padres, oxidarse nuestras ventanas,
enfrentamos competencias deportivas, etc. Todas las cosas en el mundo sucede
bajo el marco de la observancia de rotaciones y traslaciones, adornadas por
eventos naturales como la evolución y el deterioro de todo ser vivo e inerte;
también adornadas por eventos sociales, como cumplir nuestras metas en la vida.
Esta mezcla de ciclos y sucesos nos hacen sentir el tiempo transpirar en
nuestra piel. Nuestro cerebro no está adaptado para percibir todos los
movimientos celestes, tanto cotidianos y los que ocurren fuera de nuestro
planeta. Se le hace difícil enlazar y unificar esos movimientos. Lo cierto es
que todo ocurre en simultánea entre los giros terrestres y los procesos
evolutivos naturales y sociales. Son tres movimientos que el cerebro tiene que
interpretar: Los movimientos celestes (rotaciones y traslaciones, los
movimientos evolutivos (nacer, crecer…), y los movimientos sociales (estudiar,
trabajar, jugar…). Y el asunto a donde quiero llegar es que vivimos en
constante movimiento, por tanto, siempre va existir una variación que contar
con el reloj, desde el parpadeo de nuestros ojos hasta el nacimiento de una
galaxia. Siendo así, nuestro cerebro procesa estos tres movimientos como un
todo, haciéndonos sentir la noción del tiempo como algo real.
Si cumplimos un año más de vida es porque nuestra gran roca giratoria en el
espacio ha terminado y comenzado un ciclo, paralelamente en ese movimiento hubo
un cambio leve en nuestra complexión y en la de los demás seres, tanto vivos
como inertes. Todo dentro de un marco evolutivo y social, lo cual engaña a
nuestro confundido cerebro y nos hace pensar que nos volvemos viejos cada vez
que la Tierra cumple con un movimiento natural. Cada ser vivo está fusionado a
un desarrollo biológico, mas no al tiempo.
3. El color del
cielo. Gran entorno móvil. Se desprende del aspecto anterior, que es el
movimiento terrestre. Pues para más confusión a nuestro raciocinio: la posición
o recorrido del sol hace cambiar el color del cielo y del paisaje terrestre.
Tenemos el día de 24 horas adornado de distintos colores, así: auroras rosadas,
mediodías azules, atardeceres anaranjados y noches oscuras. A estos colores le
dimos el nombre de: mañana, mediodía, tarde y noche. Ver pasar estos colores
del cielo lleva intrínseco el falso paso del tiempo.
Lo anterior es un bello fenómeno natural que
nos hace sentir el tiempo. Se presenta porque los rayos del sol caen con
diferente fuerza a la superficie de la Tierra mientras esta gira. Entonces
podemos decir que el horizonte condiciona al sol, razón por la cual vemos un
mediodía con cielo azul, pues el sol está ubicado a una gran distancia del
horizonte y está completo en el cielo y sus rayos caen directamente. Vemos
amaneceres y atardeceres rojos o naranjas, porque el horizonte parte por la
mitad al sol, esto hace que este se halle incompleto en el cielo y sus rayos no
caigan directamente a la Tierra. El sol esta cerquita del horizonte y este le
quita brillo, formando así los crepúsculos, en donde estos colores rojizos y
anaranjados sobresalen siempre. Y, por supuesto, vemos una noche oscura, por la
ausencia del sol, el horizonte se lo tragó.
Estos cambios rápidos y continuos del color del
paisaje engañan más a nuestro confundido cerebro y hacen palpitar el falso
tiempo. Cuando es de mañana nace el concepto de temprano, pues lo relacionamos
con el sol saliendo entre dos montañas, pues todos hicimos esos dibujitos de
soles y montañitas en la escuela. Y el concepto de tarde nace cuando el cielo
azul vacía sus estrellas en el firmamento, la noche oscura nos indica que ya es
muy tarde, y hay que dormir porque tenemos que madrugar para ir a laborar o ir
a la escuela en el siguiente amanecer. Todo esto no es más que un ciclo que
termina y otro que llega.
Por lo demás, el concepto de «tarde y temprano» depende de las actividades y afanes de cada persona, se puede ser muy temprano en la noche, y muy tarde en la mañana, o viceversa. «No por mucho madrugar se amanece más temprano», dice el dicho.
En realidad lo que acontece es el cumplimiento de algo
natural, una simple vuelta (o fracción) de nuestro eje terrestre: el día, noche
y un nuevo día, auroras y atardeceres. Cuando un ciclo de rotación terrestre
llega a su fin, o una mañana da senda al mediodía, igualmente pensamos que el
tiempo a trascurrido, aunque no muy rápido. No obstante, cada ser vivo e inerte
se deteriora en una pequeña fracción cada día, pero no percibimos esa
variación, sino cuando hayamos acumulado muchas rotaciones.
Cumplimos eventos biológicos dentro de un ciclo
natural terrestre y los colores que nos imponen en el cielo. De igual forma
efectuamos compromisos sociales, casi repetitivos todos los días, los cuales
están muy ligados a nuestro ser, como lo hemos mencionado antes: ir al colegio
o ir trabajar cada vez que nazca el sol con sus nubes anaranjadas, y regresar a
nuestros hogares cada vez que el cielo pase de azul a naranja, e irnos a
descansar cuando se asome un cachito de luna. Tenemos pegado en nuestra frente
conceptos falsos como si fuesen algo real, estos son el presente, el pasado y
el futuro. Es una difícil tarea deshacer esta falsa realidad de nuestro
raciocinio cuando se aproxima las seis de la tarde, hora de salir del trabajo.
En este ejemplo estamos deseando un futuro que no existe, visto que es el final
de algo normal y natural como lo es un ciclo de rotación, simplemente el sol se
está ocultando y dando paso al cielo oscuro. Y si al regresar a casa, nuestra
madre, mujer o hijos nos pregunta cómo nos fue en el día, al dar respuesta les
estaremos comentando de un pasado que nunca existió. Todo esto no es más que un
evento natural como lo es el inicio de un nuevo ciclo de rotación y la puesta
de nuestro sol pincelando el cielo en distintos colores en su caminar, junto a
un evento social como es el hecho de interactuar con los demás, en este caso
trabajar o ir al colegio.
La especialización del trabajo impuso horarios
que tenemos que cumplir, tareas que ejecutamos en ocho horas, y ese fragmento
de rotación tampoco lo procesa nuestro cerebro, ya que este solo procesa con
«tristeza» la hora de entrar a trabajar y con «alegría» la hora de salida. Y la
alegría y tristeza son conceptos abstractos, intangibles, dos emociones de
nuestro organismo que hacen parte de la vida y evolución del hombre, y en nada
tienen que ver con el movimiento de la Tierra.
Al considerar la mañana y su cielo rosado como
el inicio del día, de inmediato pensamos en la noche oscura como un futuro
cercano; y cuando estemos en la penumbra de la noche, de inmediato pensamos en
el nuevo amanecer como otro futuro cercano, y así sucesivamente. Y si a estas
divisiones de colores del día la envolvemos nuevamente con estas expresiones
acarameladas: ¡Buenos días! ¡Se fue la mañana! ¡Buenas tarde! ¡Buenas noches!
¡Mañana será un nuevo día! etc.; por supuesto, engañan más a nuestra mente.
Nuestro cerebro no está diseñado para comprender esto cada día y en cada
momento. Esta es una de las tantas razones del porqué tenemos la noción del
pasado, del presente y del futuro cuando en realidad nuestro barco está anclado
en un solo presente.
3. Las estaciones del año. El clima es otro entorno móvil,
otro factor que nos hace sentir el tiempo como una suave brisa acariciando
nuestra piel, en el caso particular las estaciones del año. Aquí observamos que
es el ambiente natural el encargado de hacer que un simple movimiento terrestre
sea un gran suceso mundial. El clima cambia continuamente en el trascurso del
giro de la Tierra al sol, debido a que sus rayos caen de manera diferente en la
Tierra durante este recorrido, esto a razón de la inclinación terrestre de
23,5° en el plano orbital. Con estas condiciones en cada ciclo se agita el
clima, el cual a la vez hace cambiar el paisaje de la naturaleza en cuatro
estaciones que son la primavera, verano, otoño e invierno. Estas etapas son
extremadamente diferentes entre sí: mucho sol, mucha nieve, flores abundantes,
arboles desplumados, hojas verdes y secas, fuertes vientos, lluvia y sequia;
días solares largos y noches cortas en el norte, y en el sur noches largas y
días cortos, luego se invierte el fenómeno en los polos; equinoccios y
solsticio. Con estos entornos móviles vemos pasar paisajes
extremos uno tras otro mientras la Tierra cumple con sus movimientos
naturales, y esos repetitivos cambios de paisajes engañan nuestra vista y, por
supuesto, a nuestro cerebro, esto nos hace pensar que lo que se mueve es el
tiempo y no el ciclo climático dentro de los ciclos terrestres.
Los cambios de colores del día mezclado al
cambio del paisaje de las estaciones son información confusa para nuestro
cerebro, a este le es muy difícil procesar que lo que acontece son unos ciclos
climáticos y de colores del cielo dentro de dos ciclos de movimientos
terrestres.
Pero, ¿Qué hay de los en lugares aledaños a la
línea ecuatorial, donde no existen las estaciones? En el centro de la Tierra cae
el sol rectamente durante el año, si bien no experimentamos las estaciones o
los cuatro cambios de paisajes en el año sentimos un leve coletazo de estos.
Solo tenemos dos estaciones del año (por decirlo de alguna manera): verano e
invierno; pero también los campos florecen, y caen las hojas secas de los
arboles. Y es que la inclinación de 23.5° de la Tierra aplica para todo el
planeta, y eso lo notamos a simple vista, pues el sol no nace en todo el
«centro» del este durante el año: en un periodo nace un poco hacía el noreste;
y otro, por el noroeste. Por todo ello, los que estamos ubicados cerca de la
línea ecuatorial también sentimos, aunque en menor medida, noches largas y
cortas durante el año, y por supuesto, también días largos y cortos. Los fuertes
vientos en cierta temporada nos hace sentir «un mini otoño», aquí vemos caer
las hojas de sus árboles; también en alguna parte del año experimentamos una
«mini primavera», aquí vemos a los arboles inundarse de flores; y por supuesto,
sus «megas» inviernos y veranos.
Y si a esto le añadimos que las estaciones del
año inciden en el estado de ánimo de muchas personas, pues es la época de las
flores y las flores sinónimo de amor, por tanto, nos sentimos románticos;
y el verano es sinónimo de sol y playa, de vacaciones, de alegría. Y con solo
hablar de esperar una de estas etapas, de inmediato se nos viene a la cabeza el
tiempo futuro. Además, estas estaciones están aderezadas con intrínsecas
expresiones: ¡Llegaron las flores de primavera! ¡El próximo verano pasaré
vacaciones en el Caribe! ¡A protegernos como la cigarra por la llegada de la
nieve!, etc. Dichas expresiones enredan cada vez más nuestra mente.
3. Misceláneas de apariencias. Como si fuese poco, nuestro
atiborrado cerebro es bombardeado por muchas apariencias, las cuales también
nos hacen sentir el tiempo de lo intangible a lo real. Estos factores son: la música, la moda, la tecnología, los
aromas, comidas, además de otros. Dichos factores nos sumergen de
inmediato al falso pasado, a la apariencia del recuerdo y a todo el anecdotario
de nuestras vidas. Recordamos nuestra niñez al escuchar una canción vieja, al
ver una foto de nuestra infancia, al oler un perfume o un guisado; y ante estos
ambientes creeremos que el tiempo ha perdurado. Lo mismo nos sucede cuando
vemos una película en blanco y negro, como las de Chaplin o Cantinflas.
Pues si a estas películas la enfrentamos al color de nuestro cine moderno, a la
nueva tecnología como el internet, a twitter o instagram, a la moda actual y a
todos los nuevos ritmos musicales: nos confundimos y de igual manera creemos
que el tiempo ha transcurrido.
Los factores en mención nos confunden y nos dan
apariencia del tiempo, y en realidad es la superioridad de una civilización
sobre la anterior, una variación de la tecnología, paralelamente con los ciclos
terrestres y evolutivos.
Nos volvemos nostálgicos al recordar nuestra
etapa de niñez y juventud, pero en el fondo estas etapas de la vida son un
proceso biológico natural que sucede con el conteo de los ciclos de la Tierra o
sin ellos. No sentimos inmediatamente esa variación de nuestro deterioro físico
ni la de los demás individuos; tampoco sentimos la trasformación y deterioro de
la materia que nos rodea. Notamos que ha pasado cierta cantidad de ciclos
terrestres cuando vemos una fotografía nuestra de hace algunos años, o de
cualquier persona, podría ser un actor de cine, por ejemplo. Del mismo modo
sentimos el paso del tiempo con el cambio de tecnología, con el pasar de la
moda, etc. Por todo ello, conceptuamos que el tiempo ha pasado, pero en
realidad estamos en el mismo presente de
los dinosaurios, del día en que Jesús colocó un pie sobre la Tierra, de la
edad media, del primer paso en la luna, y del primer diente de leche en
nuestras vidas. Estamos en el mismo tiempo de nuestro nacimiento y de
nuestra muerte; estamos anclados en un solo presente aderezado de
emociones y apariencias, de cambios de paisajes y colores del cielo, y del
cambio de tecnología, moda y otros aspectos.
Recordar es una emoción que activa sucesos
guardados en nuestra memoria, sucesos dados en un determinado ciclo terrestre.
Recordar no es un movimiento o variación, es algo abstracto, es algo de nuestro
organismo evolutivo, y todo aspecto de nuestro organismo es independiente a
cualquier ciclo terrestre. El pasado lo asumimos como un recuerdo de toda
trasformación de nuestro cuerpo y de la materia que nos rodea, y de todos los
eventos sociales ocurridos o vividos en esa trasformación.
Si abrimos el álbum de nuestra historia y le
echamos un vistazo a una de las tantas fotografías allí guardadas, notaremos la
conjugación de todas las apariencias señaladas. Por ejemplo, al mirar una
imagen de cuando éramos niños, la típica foto posando juiciosamente con nuestra
familia, y al observarla de inmediato se activa nuestro sentimiento del
recuerdo acumulado en nuestra memoria, la reminiscencia de nuestra infancia. Y
si dicha fotografía es en blanco y negro, este hecho también nos hace creer que
el tiempo ha pasado mucho más; pues en plena época del selfie se nos hace lejana
toda la tecnología anterior, porque estamos hablando de imágenes del siglo
anterior, y todo se nos hace muy jurasico. Pero la realidad es que simplemente
hubo un cambio, una variación de desarrollo tecnológico, pasamos del blanco y
negro al color actual. Todo lo anterior no es más que un trabajo evolutivo de
la inteligencia humana, de una generación sobre otra dentro del curso normal de
movimientos terrestres. También en el papel de la foto interviene un fenómeno
de la naturaleza como la acción del aire, el aire deteriora la calidad del
papel fotográfico dándole así un aspecto amarillento. La tinta del papel se
palidece: otra variación. Al pasar el papel por muchas manos se dobla o se
rotura, le da un aspecto más añejo y romántico. Además al añadirle la moda, el
corte de pelo y la ropa que lucíamos en esa vieja fotografía nos hace sentir
más el falso caminar del tiempo. En todo caso, tanto el papel como todas las
personas que aparecen en la fotografía se han deteriorados por eventos
naturales, y no por el movimiento terrestre. En la fotografía éramos niños o
jovencitos con melena extensa, nuestro proceso biológico que llevamos
intrínseco en nuestros genes hizo que creciéramos, que perdiéramos la melena y
que nuestra piel se agrietase. Y si al mirar esa fotografía recordamos la
música que estuvo de moda en esa época derramaríamos un par de lágrimas al
recordar nuestra infancia, y las anécdotas de nuestros abuelos que ya nos
dejaron.
En el mismo presente queremos inútilmente que
la Tierra gire al revés para volver a nuestra infancia. En vano también
deseamos que el planeta acelere para salir de vacaciones al Caribe, pero lo que
hacemos es mezclar nuestro deseo con los movimientos terrestres.
Y es verdad, dentro de un presente deseamos que
la fecha de vacaciones llegue pronto. Al llegar el día y la hora, y disfrutamos
las anheladas vacaciones, a la larga seguimos estando en el mismo presente de
cuando deseamos ese evento, pues lo que se ha movido fueron los ciclos
terrestres. Lo único cierto es que hubo una mudanza de paisajes o de estaciones
(de primavera a verano), de amaneceres y ocasos. Y al finalizar las
vacaciones y entremos a laboral seguimos en el mismo presente de cuando
deseamos las vacaciones y el disfrute de las mismas, de nuevo hubo otro cambio
de paisaje natural (de verano a primavera), y cambios rotacionales. Cualquier
turista y su familia que haya disfrutado ese fragmento de vacaciones
envejecieron un poco, lo que envejece toda persona en un mes, con o sin
estaciones. Al transcurrir diez años, desde luego, se encontraran en otro
paisaje, y al abrir ese álbum titulado: Vacaciones por el Caribe,
estarán diez años más viejo, recordaran un presente al ver cada fotografía, y,
tal vez, anhelando que la Tierra acelere sus movimientos para disfrutar otras
vacaciones. Se recordará la fecha de vacaciones, pues habrá registro en videos
y fotos. En esos registros fílmicos y fotográficos el turista y su familia
observará su evidente deterioro físico.
Confundimos un sentimiento orgánico (de
sentimientos y emociones) con algo totalmente independiente como lo es el ciclo
terrestre. En realidad solo recordamos un eterno presente atornillado sobre un
conteo de rotaciones y traslaciones.
No es fácil dilucidar la relación del individuo
con todo su entorno social y evolutivo mientras la Tierra da vueltas y vueltas,
colocar cada aspecto por separado es muy dificultoso. Reconocemos y sentimos
muy bien las fases biológicas de todos los individuos, además de estar bien
explicadas en todos los libros de biología elemental, como: nacer, crecer,
reproducirse y morir; pero no reconocemos que estas fases suceden
independientemente con los ciclos del planeta.
Nuestros sentimientos o recuerdos hacen parte
de nuestro sistema biológico, alojados en alguna parte del cerebro. Cada vez
que abrimos el álbum de nuestras anécdotas se activa la apariencia del pasado,
del recuerdo, y nos hace suponer que el tiempo ha marchado. Por el contrario,
cuando tenemos una invitación a un evento o fiesta para cierta fecha, digamos
un concierto musical o la conmemoración de los próximos juegos
olímpicos, en estos ejemplos anhelamos que finalicen cuatro ciclos de la
Tierra para disfrutar del acontecimiento. Se nos activa la apariencia del futuro,
ansiamos escribir o colocar una imagen en ese álbum que aún no ha llegado; a la
larga, cuando llegue la fecha anhelada, en realidad lo que se coloca allí son
eternos acontecimientos presentes.
Un árbol brota de una semilla, crece y da
frutos, de sus frutos nace una semilla que igualmente reproduce un nuevo árbol,
luego se marchita, de la siguiente semilla brota otro árbol, y así
sucesivamente: retahíla inquebrantable de la naturaleza. En este ejemplo, todo
hace parte de una evolución natural de la planta, transcurrido en un solo
presente, tanto aquí en la Tierra como en la última esquina del universo. Lo
mismo sucede con nosotros los seres humanos, nacemos, crecemos, damos fruto a
una nueva vida, de ese fruto brota otro fruto, luego nos marchitamos, así
sucesivamente. Pero a diferencia de los arboles en este proceso natural, es que
ellos no poseen recuerdos, no conmemoran eventos; nosotros somos su memoria, y
al verlas crecer, florecer y salirle hongos en sus tallos pensamos que el
tiempo ha trascurrido. Somos conscientes cuando vemos crecer a nuestros hijos y
marchitarse nuestra piel, marchitarse una flor, oxidarse una lámina de hierro,
etc., y pareciese que vemos correr el aparente tiempo en el reflejo que deja la
trasformación de la materia.
5. Factores psicológicos. Todos hemos sentido alguna vez
que el tiempo marchase menos o más de prisa en alguna situación o evento de
nuestras vidas. Pareciese que trascurriera lento: al ver una serie de tv.
aburrida, el estar en una clase que no nos interesa, ver un partido de futbol
de dos equipos mediocres, ir dentro de un vehículo que marche lento, entre
otros ejemplos cotidianos. Contrario a lo dicho, el falso tiempo parece
transcurrir más de prisa: al ver una serie de tv. que nos gusta, cuando
disfrutamos de nuestras vacaciones, ir dentro de un vehículo que marcha de
prisa, estar con la persona que queremos, ver un partido de futbol del equipo
del cual somos hinchas, entre muchos casos. En este último ejemplo ocurre algo
particular, cuando nuestro equipo va ganando la contienda deportiva por un
estrecho marcador, y faltan diez minutos para que concluya el juego, aquí
sentimos que el tiempo trascurre lentamente, pareciese que esos diez minutos
nunca se acaban; pero cuando va perdiendo nuestro equipo, también por la misma
diferencia, y faltan la misma cantidad de minutos, y deseamos que empate,
sentimos que el tiempo trascurre de prisa. Un ejemplo muy clásico es el minuto
de duración de un terremoto, pero para los afectados «dura una
eternidad».
En estos eventos juegan un papel importante las
emociones naturales del ser humano, como lo son el deleite, el aburrimiento, el
deseo, las ansias, la esperanza, el afán, además de otras. Y todo sentimiento
son emociones, aunque sea un aspecto biológico son intangibles, por tanto,
independientes a los movimientos de la Tierra en el espacio.
El anhelo o el ansia de esperar algo o un
futuro, de que el tiempo trascurra rápido, tiene un efecto contrario a lo que
deseamos. Pareciese que las ansias le diesen señales a nuestro cerebro a que el
tiempo trascurra lentamente. Deseamos que una pésima película finalice pronto,
porque quizás esperamos otra mejor, y esta situación de esperar nos aburre;
anhelamos que un malísimo partido de futbol por tv. concluya lo más pronto,
porque al hacerlo la tv. trasmitirá Madrid vs. Barcelona, y al desarrollarse
ese clásico deportivo sentiremos el tiempo ir de prisa. La misma hora de una
película aburrida es la misma de una excelente, no hubo alteraciones del
tiempo, simplemente lo que hubo fue una alteración de ánimos, pasamos del
aburrimiento a la alegría, y viceversa. Nuestra ansiedad, el deleite o el
aburrimiento hacen que todo evento nos parezca rápido o lento.
Otro aspecto psicológico lo
encontramos al recordar nuestra infancia. Aquí ocurre una particularidad
especial, porque al saltar a nuestros recuerdos de niño notamos en nuestra
memoria mucho espacio borrado. La razón a esto es que tenemos una nula
cronología de nuestros recuerdos, y estos están muy desordenados. Existen
muchos saltos en cada recuerdo, y esos espacios borrados nos suponen mucho
tiempo. Ese es el motivo por el cual cuando recordamos esa primera y bonita
etapa de nuestra vida, incluso si la recordamos siendo un adolescente todavía
la sentimos como algo muy lejano, a pesar de que nuestra niñez estuvo a la
vuelta de la esquina cuando somos adolescentes. En mi caso particular,
soy modelo 69, por tanto, mi infancia trascurrió en los años
setenta, época de la transición de la tv. y fotografía en blanco y negro al
color. Cuando llegué a la adolescencia y recordé mi niñez me pareció que
transcurrió mucho tiempo en esos años de infancia, aún siendo adulto siento
haber vivido mucho tiempo cuando niño. Pero de seguro, para otros observadores,
en este caso para mis padres, el tiempo pasó volando, me vieron crecer de
prisa.
La niñez es una etapa corta, de diez o doce
años, y los adultos ven crecer a sus niños rápidamente, pues esa cantidad de
años para nuestra percepción adulta es un tiempo breve; pero al experimentarla
nos parece larga. Cuando recordamos esos años de inocencia pareciese que
hubiese pasado mucho tiempo, la razón de esto es porque no podemos recordar
todo, hay un tiempo borrado que al parecer nos parece muy largo. Solo
recordamos buenos y malos momentos, y pequeños chispazos de anecdotarios dentro
de un inmenso mar de olvido, como consecuencia se nos hace imposible llenar ese
mar con experiencias vividas. Mientras nuestra vida camina, más y más, ese mar
de tiempo olvidado, sigue siendo más inmenso para nosotros.
En nuestra niñez no percibíamos el caminar del
tiempo, pues en ese momento no teníamos una consciencia clara de lo que ocurría
a nuestro alrededor. Notamos el tiempo cuando vivimos nuestra juventud y
adultez, por supuesto. Recordamos más cantidad de hechos vividos en las
etapas posteriores a la niñez y en fechas más precisas. Y así es, los
adultos recordamos hechos de nuestra etapa y de nuestra juventud con mayor
precisión que a la de nuestra niñez, cronológicamente recordamos un tiempo exacto.
Pues ese mar está más copado de recuerdos, y más organizado en cuanto a fechas
se refiere. Somos más conscientes de nuestro mundo, de nuestros deberes, de
nuestra vida social, de nuestro cuerpo, de nuestros problemas, etc., por ende,
somos conscientes de todo nuestro anecdotario.
Nuestras vivencias personales en las distintas
etapas de nuestras vidas personal las corroboran los archivos familiares, tanto
fotográficos y audiovisuales. Y todo recuerdo de nuestro entorno, es decir,
toda noticia de la comunidad y del mundo son corroboradas por los medios de
comunicación y los libros de historia. De esta manera somos conscientes de la
cantidad de años trascurridos, y pareciese que los años corren más de prisa en
nuestra vida adulta. Pero en realidad diez o doce años en nuestra niñez o en
nuestra juventud o en nuestra adultez siempre serán los mismos diez o doce
ciclos de la Tierra dando vueltas al sol. El periodo de traslación tiene la
misma duración para todas las etapas de la vida, aunque así no lo sintamos.
Por lo demás, nunca sabremos lo que piensa un
niño en su momento de vivir su etapa, quizás perciba que todo trascurre
lento, esto por la ansiedad de crecer y ser gigantes como sus padres, de este
modo alcanzar las galletas que están sobre la mesa, o asomarse por la ventana,
etc. En nuestra infancia vivíamos en un mundo de gigantes, dado que
todo nuestro entorno era de «gente gigante, mascotas gigantes, casas gigantes,
árboles gigantes...». Siendo adulto percibimos como si nuestra niñez hubiese trascurrido
lentamente, pues recordamos una etapa de gigantes, nos sentíamos muy pequeños
dentro de la grandeza, y cuando nos sentimos pequeños ante la materia hasta el
tiempo nos parece inmenso.
Señalamos que en nuestra vida adulta pareciese
que el tiempo transcurriese más de prisa, esto también porque los afanes de la
vida nos mantienen muy ocupados, y estamos bombardeados de constante
información que recibimos en cada minuto. Además, es ineludible que estando en
la etapa adulta somos consciente de que nos acercamos a la última etapa de
nuestras vidas: la vejez. Contrario a nuestra niñez, en la cual queríamos
crecer de prisa, aquí queremos hacernos jóvenes, paralizar el tiempo. Esta
acción de querer detener el tiempo, le da un mensaje inverso a nuestro cerebro,
siendo así sentimos el tiempo correr más de prisa cuando se acerca el momento
de colocarnos la inexorable «piyama de madera».
Y como si fuese poco, si a todos estos enredos
le añadimos otro factor psicológico, otra complejidad para
engañar más a nuestro cerebro, como lo es la ansiedad de estar
pendiente de la hora en nuestro reloj a cada momento. Esta particularidad no
ocurre con la cinta métrica, pues no andamos con una cinta métrica de pulsera
midiendo a cada momento un árbol o una pared, o con un termómetro midiendo la
temperatura ambiental o corporal a cada momento. Pero con mucha frecuencia
estamos viendo nuestro reloj para saber si ya está por terminar la hora de
clases, si ya es la hora del almuerzo, o si ya es la hora de la telenovela,
etc. Y si le añadimos estas expresiones: ¡Se me hace tarde! ¡Voy a llegar
tarde! ¡Ya es la hora de salir! ¡Es muy temprano! entre otras. Son expresiones
arraigadas en la mente para crear una falsa realidad del tiempo.
El
anhelo es otro aspecto psicológico. Es preciso recordar, una vez más,
que tanto los eventos sociales como los naturales de los seres vivos e
inertes acontecen en simultánea con los movimientos cíclicos de la Tierra. Nos
da la noción de tiempo toda esta compleja mezcla de amaneceres y ocasos con el
proceso biológico, con el deterioro de la materia, y la vida social de todo
individuo. Todo evento natural y social tiene una variación por muy
minúscula que sea. Sentimos aparentemente la existencia del tiempo
presente cuando comienza un nuevo ciclo; el pasado cuando un ciclo llega a su
fin y comienza otro; y anhelamos un futuro cuando esperamos que un ciclo llegue
a su fin. Al anhelar el fin de un movimiento terrestre (final del año), todas
las conexiones de nuestro cerebro convierten ese presente en un inexistente
futuro. Y cuando el ciclo llega a su fin y comienza otro, esas mismas
conexiones convierten ese mismo presente en un inexistente pasado (pasó el
año). Pero lo cierto es que solo existe el tiempo presente, desde allí
anhelamos y recordamos; y estos dos aspectos de anhelar y recordar son
solo emociones, algo biológico e intangible, del ser humano.
Nuestra mente anhela que llegue un ciclo o
varios ciclos terrestres a la vez (que pasen los días, meses y años
rápidamente), esto según el afán de cada persona. Anhelamos un futuro pronto
(que llegue un solo ciclo) cuando deseamos un nuevo amanecer; o un futuro
lejano (que pasen varios ciclos para llegar al ciclo que deseamos) cuando
deseamos que desfilen varios amaneceres para que llegue otro mes y otro año.
Contrario al anhelo del futuro o al anhelo de nuevos ciclos, al pasar esos
ciclos que deseamos en algún momento, sentimos nostalgia por ello. Recordamos
un pasado reciente (un ciclo), un ayer, y un pasado lejano (pasaron varios
ciclos), varios ayeres.
Lo único claro es que estamos en un solo hoy, añoramos ese hoy, esperamos un
mañana y nos llega el mismo hoy. El presente no ha dado ni un solo
pinito a la eternidad. Estamos atornillados en un eterno presente
girando sobre una roca gigante, donde el reloj solo contabiliza las vueltas de
dicha roca, y por supuesto, cada variación de los eventos que allí se cumplan.
Mientras esperamos el comienzo o final de un ciclo estamos siempre estacionados
en un presente, visto que toda la trasformación de la materia se da con o sin
los giros terrestres.
6. La mezcla de ciclos terrestres, naturales y sociales. Ya tratamos un poco
este tema, pero valga recordar que la falsedad del tiempo se rige por los
ciclos terrestres actuando en simultánea a la transformación de la materia, a
los eventos sociales y a la evolución de los seres vivos. Pero si viviésemos en
un mundo plano no tendríamos la noción del tiempo tan marcada como la tenemos
en nuestro mundo redondo. En un mundo plano todo sería poco dinámico, muy
monótono con un solo paisaje, un solo clima o estación, un solo amanecer o un
solo ocaso, sin años nuevos, sin cumpleaños, etc. Desde luego, no
sobreviviríamos con el sol postrado de forma indefinida en la superficie de la
Tierra; o por el contrario, tampoco sobreviviríamos en un mundo congelado por
la ausencia de este. Pero en caso tal que sirva como ejemplo, si la humanidad
sobrevive a esas condiciones de vida confirmaríamos que existimos en un solo
presente, pues no tendríamos días y años que contar. No anhelaríamos que un
ciclo llegase de prisa o recordáramos su paso, es decir, el concepto de pasado
y futuro desaparecen. No veríamos pasar primaveras ni veranos, tampoco auroras
ni puestas del sol; no festejaríamos años nuevos ni sabríamos nuestro
cumpleaños. Pero aquí sí veríamos la trasformación y nuestro deterioro físico,
la trasformación de la materia y todo nuestro entorno; pero seremos conscientes
que el tiempo pasa.
Nuestros antepasados desconocían que se
hallaban sobre un mundo redondo, claro, se imaginaban un mundo plano. Veían
pasar el sol y las estrellas, las constelaciones, la luna y todas sus fases. De
allí sus calendarios. No eran conscientes de los giros terrestres aunque
experimentaban amaneceres, atardeceres y anocheceres, primavera y veranos. A
pesar de su desconocimientos de la rotación y traslación terrestre sentían la
noción del tiempo, aunque no comprendían que los astros se movían gracias a
dichos movimientos, por lo tanto, desde su perspectiva vivían en un mundo plano
sobre bases móviles.
6. Períodos de cosechas y eventos culturales. En determinadas
épocas del año, el suelo fértil proporciona mayor bonanza de productos
agrícolas. Algo tan natural como lo es el germinar el fruto de una semilla, en
cantidades mayores en un determinado mes: nos da la noción del tiempo. En
nuestro entorno el mes de mayo es fructífero para el mango y la ciruela, esto
debido a muchos factores, el principal las lluvias de abril. En todo el mundo
existen más cosechas de cualquier producto agrícola en un determinado mes, de
ello depende su economía, incluso, se celebran fiestas a su nombre, la más
popular la fiesta de la Tomatina en España. Ver pasar estas cosechas en
abundancia nos hace sentir el caminar del falso tiempo.
Pero no solo las fiestas de la cosechas, al
igual, las fiestas que realizan los pueblos cada año conmemorando un patrón religioso
o una fiesta pagana, un festival de música o reinado, una fiesta deportiva o
cualquier otra nos sumerge en la idea de que el tiempo ha dado un paso a la
eternidad.
8. El deterioro y la transformación de la materia. Hemos abarcado en
gran medida este tema en este ensayo, pero por supuesto que hace parte de la
apertura del falso tiempo. Sin alargarnos mucho, simplemente al tomar una
rebanada de pan y observar su enmohecimiento, de inmediato creemos que ha
habido variación del tiempo. «El pan esta viejo», pensamos, pero simplemente es
un proceso químico, ya que el pan, así como hace parte de nuestro alimento,
también es alimento para otros organismos, como los hongos. La oxidación de las
rejas de nuestra ventana por acción del aire, los arboles podridos, nuestras
arrugas son otros ejemplos.
8. La suciedad. Las casas abandonadas nos dan la sensación de
que haya transcurrido muchos años. La falta de mantenimiento hace que allí se
asienten animales descomponedores como son los insectos, pulgas y otros
parásitos. Entre las más comunes tenemos las hormigas y termitas, las cuales
deterioran la madera dándole aspecto añejo a cualquier sitio. Del mismo modo
los roedores destruyen los muebles. Las arañas exhiben sus telarañas, el polvo
se acumula en todos los rincones de la casa y la maleza no deja de crecer. La
suma de todos estos factores nos da la idea de que el falso tiempo ha caminado
en esa casa. Pero en realidad son eventos normales y cotidianos en una casa
abandonada, sin ningún tipo de limpieza.
9. El regreso. Si Tarzan, el rey de la selva, llegase a la urbe, al hacerlo
entrará en estado de shock con la civilización existente. ¡No llegó al futuro!,
simplemente ese héroe no vio cómo se construyó ese futuro que transcurría en el
mismo momento en que él estaba perdido en la selva. Al igual nos sucede cuando
regresamos a nuestra ciudad después de mucho tiempo de ausencia, al regresar
encontramos todo cambiado: el pequeño árbol de almendras de la plaza ya
proporciona su grande sombra, se envejeció el joven lustrabotas de la misma
plaza, la casa donde estaba el teléfono público (de monedas) fue reemplazada
por un café internet, etc. Todos fueron acontecimientos normales, como el
crecimiento del árbol de almendras, el cual nos hace ver el caminar del falso
tiempo. Lo mismo sucede al dejar de ver a una persona por muchos años, al
reencontrarnos con ellos nos parecerá que el tiempo ha pasado, pero para ellos.
En efecto, lo que hubo fue un proceso natural de crecimiento y envejecimiento,
no atribuidos a los años o ciclos.
En resumen, todo en el universo es
movimiento, y no solo el de los astros. Al crecer una planta existe un movimiento, tanto de la
raíz como el de su tallo que busca la luz del sol. Lo mismo al nacer un volcán
o una montaña, el nacimiento de un nuevo cauce del río, el crecimiento de
cualquier ser vivo, etc. Si desligamos o separamos estos movimientos, es decir,
sin la existencia de los giros de la Tierra en el espacio, veríamos los
movimientos de los ejemplos anteriores sin amaneceres y ocasos: no obstante,
sin la percepción de que el tiempo camina, o caminaría en un mismo presente,
sin esperar un mañana y recordar un pasado. Nuestro cerebro así lo
comprendería.
Sentimos el correr del tiempo, tenemos noción
de él gracias a los diferentes factores externos que hemos indicado, como lo
son festejar con alegría el final de un ciclo, ver nacer y ocultarse al sol,
ver cambiar el paisaje de la Tierra gracias a las estaciones, la oxidación de
las cosas, la transformación de la Tierra, la moda, la tecnología, la música,
factores psicológicos, las cosechas, la suciedad. Sucesos desligados totalmente
de todo proceso biológico, de los ciclos de la Tierra y del deterioro de esta.
Desde mi punto de vista es importante para
nuestra vida social que nuestro cerebro sea confundido y no comprenda para nada
todos estos factores en mención. Es mejor para la vida tener noción del
falso tiempo, que nos engañe, que este vaya ligado a nuestros
sentimientos y recuerdos, que nos permita festejar cada ciclo, festejar cada
cumpleaños o año nuevo, sentir alegría por la llegada de la primavera. En
cambio, sin la noción del tiempo el mundo sería un pronunciado bostezo.
Te invito al siguiente capitulo: Manipulación del tiempo. CLICK
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