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11 nov 2020

¿Existe el tiempo? Hora interplanetaria ¿Qué es el tiempo? En este ensayo te lo explicamos con dibujitos y plastilina.

                                                Ensayo

El tiempo no da saltitos inútiles como peces en la red

Autor:

Roberto Carlos Gómez Sánchez 

                                      
                                     Capítulo 9. Hora interplanetaria
     Sigamos con más ficción en los ejemplos, ahora todo el sistema solar es habitable, con vida inteligente en todos los planetas, entonces para medir el tiempo cada planeta tendría que construir sus propios relojes. Pues nuestros vecinos también necesitan saber cuándo es la fecha de sus respectivos cumpleaños y su próxima cosecha de tomates. Claro, estos relojes ajustados a lo que proyecte cada uno de sus movimientos espaciales, a sus respectivos movimientos de rotación o traslación de cada planeta. No se descartaría el hecho de tener un patrón unificado, algo así como la «hora interplanetaria». Pero como somos los únicos seres que moramos el sistema solar y en el universo conocido, todo se rige por nuestros patrones de medidas. En el caso del tiempo en el sistema solar, cada planeta lo medimos con nuestra unidad de minutos u horas. Júpiter tarda 10 horas en girar sobre su propio eje, por lo cual, el reloj de Júpiter es de 10 horas diarias terrestres; el día de Marte es igual al nuestro de 24 horas; el de Venus tendría un poquito de problemas para colocar tantos números a su reloj, pues sabemos que en ese planeta el día es más largo que su año, a su reloj no le cabrían los números, y si apenas tienen relojes de arena se necesitaría una «tonelada» de granos para llenarlos.
     El hecho de que la rotación o el día de Júpiter sea de 10 horas (casi la mitad de la rotación terrestre) y sí existiese vida allí y vean salir el sol y ponerse más rápido, no quiere decir que el tiempo trascurra más veloz en ese gigante gaseoso. Sus habitantes no van a envejecer más rápido que nosotros, a menos que su evolución y genes los dispongan de otra manera. Simplemente el planeta gigante ha dado más ciclos; pero en todo caso, el tiempo es igual para todos en el sistema solar y universo. Los acontecimientos y respetivos procesos biológicos de cada habitante planetario seguirían su curso normal, en simultaneidad planetaria. Si alguien se muda a vivir a Plutón, cuya traslación es de 248 vueltas terrestres, nunca cumpliría un año de vida allí, ya que nuestro promedio de vida es de 75 a 80 años. El humano que se mudo a ese planeta seguirá siendo un bebé; y no un bebé lactante, sino un bebe de 80 años,  arrugado y con canas.
     Echemos mano nuevamente del Águila Especial, recuerden ese personaje ficticio de potente visión y con un  promedio de vida millones de años de existencia. En esta ocasión la ubicaremos en la hipotética nube de Oort, con la vista puesta al sistema solar. Esto con el objetivo de echarle un vistazo a la Tierra y sus vecinos. Simplemente el ave vería en simultanea nueve carruseles dando vueltas con ciclos diferentes, en el mismo y eterno presente. Vería que la duración que gasta un colibrí chupando una orquídea colombiana es la misma de un marciano disfrutando una taza de café. No le sería difícil comprender que un minuto aquí en la Tierra sucede en el mismo instante con cualquier planeta del sistema solar, y con cualquier planeta de la última estrella del último universo.
     Como indicamos, al no existir vida en nuestros planetas vecinos, utilizamos el patrón del tiempo del nuestro para medir cualquier evento aquí y en todo el universo. En consecuencia todo evento está regularizado por nuestro reloj terrestre de 24 horas y de 365 días, y fraccionado en horas, minutos y segundos. Con los datos de nuestros ciclos medimos los ciclos de todos los planetas, en resumen: la hora de nuestro reloj es el patrón interplanetario e interestelar. Los resultados de nuestro reloj nos muestran que el aparente tiempo transcurre igual para todos los planetas, no importando que algunos giren más rápido o más lento que otros o que los relojes de sus habitantes tengan más números o menos números.
     En el ejemplo anterior es como si en un fragmento de cinco minutos, un grupo de personas se colocasen en un carrusel de caballitos que gira a cierta velocidad, y otro grupo en un carrusel que gira a una velocidad inferior. En este caso las manecillas del reloj se mueven igual para ambos carruseles, no importando que un grupo dé más vueltas que el otro grupo, incluso, sin importar que uno de estos carruseles no haya dado ni una sola vuelta en ese fragmento: la variación es la misma, el tiempo de cinco minutos ha pasado igual para ambos. Las personas de estos dos carruseles se deterioraron biológicamente lo que le corresponde en esos cinco minutos, por muy pequeñísimo que sea el deterioro. De igual manera sucede al medirse los ciclos rotacionales de los nueve carruseles del sistema solar, todo transcurre en simultánea en un fragmento de 24 horas terrestres. Se contarán más vueltas o ciclos en un planeta que en otro, habrá cierta diferencia en ciclos; pero esencialmente en todos los carruseles ha transcurrido las mismas 24 horas terrestres, la misma variación, aunque algunos planetas como Venus y Mercurio no hayan realizado ni un solo ciclo rotacional en ese fragmento. Cada habitante de cada planeta se deterioró lo que le corresponde en ese curso de 24 horas terrestres.
     Si existiese un reloj interplanetario caminaría igual para todo el carrusel del sistema solar, independientemente del número de vueltas que dé cada planeta alrededor del sol, incluso, sin importar que un carrusel se encuentre en nuestro sistema solar o un sistema extrasolar.
     Veamos los ciclos de nuestros planetas vecinos medidos con nuestro reloj terrestre o «reloj interplanetario». Una vuelta al sol de nuestro planeta tarda 365 días, un año nuestro. Pero hay planetas que por su cercanía al sol su ciclo será más corto que el nuestro, de menos días, en este caso: el año en Mercurio es de 88 días terrestres, y el de Venus de 224. Y hay planetas que por su lejanía al sol su ciclo de traslación es más largo que el nuestro: el ciclo de Marte es de 686 días terrestres, el de Júpiter es de 11 años y 315 días, el de Saturno 29 años y 167 días, Urano 84 años, el de Neptuno 164 años y 288 días y el de Plutón 248 años.
     Esta situación nos confunde un poco, uno que otro creerá que en Mercurio se envejecería más rápido si existiese vida allí, pues los años nuevos y cumpleaños pasarían volando en ese pequeño planeta. Mientras ellos celebran cuatro años nuevos (365/88) nosotros celebramos uno. Asimismo, uno que otro despistado creerá también que en Júpiter o Saturno se envejecería más lento, pues allí los cumpleaños y años nuevos durarían más en llegar, y mientras aquí celebramos 11 años nuevos en Júpiter celebran solo un año. La realidad es que se envejece igual en el mismo lapso en cualquier punto del sistema solar y en cualquier punto del universo, siempre y cuando tengamos el mismo sistema biológico o código genético, porque esto es lo que determina a las especies envejecer, y no la cantidad de vueltas de los cuerpos celestes. Todos los hechos se dan al mismo instante, paralelamente en cualquier esquina del universo, dado que el tiempo es uno solo y absoluto para cualquier evento del universo.
     Entendido lo anterior, continuaremos con los típicos experimentos mentales, sin antes advertir que seguiremos siendo repetitivos en el aspecto biológico de todo individuo.
     Entonces imaginemos que naciesen cuatro humanos a la misma hora en cuatro puntos diferentes del sistema solar, digamos cuatro mellizos nacieron en la Tierra y tres fueron enviados desde muy niños a vivir a otros planetas o como quieran plantear la situación. El asunto es que los cuatrillizos habitan en planetas diferentes: un mellizo está en nuestro planeta, otro en Mercurio, otro en Júpiter y otro en Neptuno. Cuando la Tierra haya dado una vuelta alrededor del sol: el humano que habita aquí cumpliría un año de vida. En ese fragmento de 365 días terrestres, Júpiter ni Neptuno han dado la primera vuelta al sol, por lo tanto, los humanos de esos planetas gigantes no han cumplido su primer año de vida. En cambio en esos 365 días terrestres, Mercurio ya ha dado cuatro vueltas y fracción (365/88), en este caso el humano que se encuentra en allí cumpliría cuatro años de vida. Pero los ritmos de crecimiento de los humanos de esos tres planetas son iguales al humano de la Tierra, biológicamente los cuatro bebés humanos ya dejarían de gatear y comenzarían a dar sus primeros pinitos, pues sus respectivas motricidades son las de un bebé de un año, ya que todos los cuatro mellizos poseen el mismo ritmo de crecimiento terrestre. Los procesos biológicos son inquebrantables e independientes a los giros de las esferas celestes, en este caso a la cantidad de vueltas de cada planeta del sistema solar. 
     Cuando la Tierra haya dado 11 vueltas al sol: el humano terrestre ha cumplido 11 años de vida. En ese segmento Júpiter ya ha dado su primera vuelta al sol: el humano que habita allí ya tiene su primer añito de vida. A Neptuno aún le falta mucho para su primer ciclo: el humano de allí aún no ha cumplido su primer año de vida. Y el planeta Mercurio ya ha dado 45 vueltas y fracción (365x11/88 o 11x4): el humano mellizo que habita allí ya tiene 44 o 45 años de vida. Pero estos cuatro humanos biológicamente son niños terrestres de 11 años, aunque el de Mercurio haya cumplido 45 años. Todos han mudado ya sus dientes de leche, montan en bicicleta y van a la escuela en el mismo segmento de tiempo de los cuatro planetas. Sin importar que el humano de Mercurio tenga 45 años y el de Neptuno no haya cumplido su primer año de vida, las complexiones físicas y mentales son iguales en todos los humanos aquí presentes, es decir, la de un niño de 11 años. El hecho de que el humano de Neptuno no haya cumplido un año de vida, porque su planeta aún no ha dado su vuelta al sol, no quiere decir que sea apenas un bebé de brazos, este ya tiene la mentalidad y físico de niño de 11 años de la Tierra. Lo mismo le sucede al humano de Júpiter, pues en su primer año de vida ya puede montar en bicicleta al igual que sus tres hermanos. Al igual, el hecho de que el humano de Mercurio tenga 45 años de vida, en realidad es un niño de 11 años y no un adulto. Lo que existe es un desbarajuste de ciclos y edades, mas no de tiempo.
     Continuando con el ejemplo, cuando la Tierra haya dado 22 ciclos alrededor del sol: el hermano terrestre ha cumplido 22 años. Mientras el planeta Júpiter en ese fragmento ha dado apenas dos vueltas al sol, por lo tanto: el humano que habita allí ya tiene dos años de vida. Mientras en ese mismo fragmento el planeta Neptuno aún no ha dado su primer ciclo alrededor del sol, de aquí que el humano que habita en ese gigante azul no haya cumplido su primer año de vida. Mientras tanto, el planeta Mercurio ha dado alrededor 88 vueltas y fracción (22x4): el humano de allí cumplió 88 años terrestres. Ni el de Neptuno es un bebé ni el de Mercurio es un anciano, las complexiones físicas y comportamientos de todos los hermanos son iguales al de un adulto de 22 años terrestre. Aquí no importa que el humano de Júpiter tenga apenas dos añitos, y el de Neptuno aún no haya cumplido su primer año, y el de Mercurio tenga 88 años terrestres: todos los humanos siguen el mismo proceso biológico. Quizás los cuatrillizos ya hayan terminados sus estudios de secundaria, o estén en la universidad de sus respectivos planetas, o sean rebeldes, con licencia de conducir, tengan sus respectivas parejas, incluso tengan hijos; es decir, todo lo que hacen los humanos a la edad de 22 años. Todo sucede en un mismo carrusel planetario, en un mismo fragmento de ciclos terrestres, pero a diferentes distancias de otros ciclos planetarios. Todos los cuatro hermanos están en igualdad de condiciones físicas, ninguno es más joven o más viejo que los demás. Aunque el de Mercurio tenga 88 años, no es un anciano; y el de Júpiter con dos añitos, no es un bebé. Ambos tienen la misma fisionomía biológica de un joven de 22 años terrestres.
     Cuando el planeta Tierra haya dado 100 vueltas al sol: su humano ha cumplido 100 años. Ya mastica el agua, ad portas de colocarse la «piyama de madera». El planeta Júpiter en ese mismo segmento ha dado cerca de nueve vueltas al sol: el humano que vive allí cumpliría 9 años. También es un anciano masticando el agua. El planeta Neptuno aún no ha dado su primera vuelta al sol: el humano de ese planeta todavía no ha cumplido su primer añito. Pero también es un anciano. Mercurio ha dado 400 vueltas al sol: su mellizo cumpliría 400 años. Al igual, es un anciano (de 100 años terrestres). Los tres hermanos interplanetarios tienen la misma complexión física y comportamiento del humano terrestre, es decir, la de un anciano de 100 años. Ya sus respectivos cuerpos se han deteriorados bastante, y se deterioraron a la par: canas y piel agrietada, pérdida de memoria, lentes, orejas grandes, todos tienen nietos y están próximos a lo inexorable, etc. Esto porque los cuatrillizos están regidos por el mismo ritmo de su desarrollo biológico y deterioro físico terrestre.
     Todos los cuatro hermanos envejecieron paralelamente y al ritmo de nuestra evolución, no importa que el de la Tierra tenga 100 años, el de Júpiter solo tenga 11 años, el de Mercurio 400 años y fracción, y el de Neptuno no haya cumplido su primer año de vida. El de Neptuno no es un bebé y el de Júpiter tampoco es un niño, todos son unos ancianos. Los respectivos aspectos físicos son iguales para los cuatro hermanos, no importando el desajuste de años o ciclos, de la cantidad de ciclos de sus respectivos planetas y de la distancia.
     El núcleo de cada célula de cada individuo, responsable del almacenamiento de la información y luego transmitida de generación en generación, no se da por enterado de que unos cuatrillizos se hayan criado y progresado en planetas distintos. Todo transcurre en simultánea en todos los carruseles del universo. El problema consiste en que poseemos una vista limitada, la cual no nos permite ver esa simultaneidad, por tanto no vimos a los cuatrillizos crecer al mismo ritmo de vida en los cuatro  carruseles.         

8 nov 2020

¿ Existe el tiempo? ¿ Qué es el tiempo? ¿Se puede viajar a través del tiempo? Noción del tiempo. Misterios del tiempo. Origen del tiempo. En este ensayo te lo explicamos con dibujitos y plastilina.

 Ensayo

El tiempo no da saltitos inútiles como peces en la red

Autor:

Roberto Carlos Gómez Sánchez 

 

Capítulo 4. ¿Por qué sentimos el tiempo acariciar nuestra piel? 

     Ahora bien, retomando algunas de las preguntas más complejas de la ciencia y filosofía, las que tanto han inquietado a toda la humanidad: ¿Realmente existe el tiempo?, ¿por qué tenemos noción de él?, ¿por qué lo sentimos venir y partir?, ¿por qué sentimos algo intangible?, ¿cómo nació el concepto de presente, pasado y futuro? La respuesta la encontramos en varios factores enumerados a continuación:

1. Brindarle solemnidad a los ciclos terrestres. Reseñamos brevemente esta particularidad cuando abarcamos la diferencia del tiempo y las demás magnitudes. Y es que el hecho de festejar el final y comienzo de un ciclo natural terrestre nos hace ver como si el tiempo fuese algo concreto, que sentimos como algo que viene y se va, esto por la incapacidad de nuestro cerebro de informarnos a cada instante, a cada momento, que lo que realmente viene y se esfuma son los ciclos de nuestra roca giratoria, mas no el falso tiempo, todo esto mientras la materia se deteriora y recicla.

     Esta confusión radica en que al final e inicio de cada ciclo convertimos este fenómeno natural en un gran evento social, un gran acontecimiento para nosotros, algo especial para nuestras vidas. Un claro ejemplo es cuando festejamos nuestro cumpleaños o el año nuevo (ciclo largo). En cambio en los ciclos pequeños no lo asumimos como festejos, sino como compromisos que cumplir (por decir algo), Un ejemplo es el salir a trabajar en cada amanecer y regresar en el crepúsculo de la tarde. No festejamos con fiesta el nuevo amanecer, a menos que sea la fiesta de cumpleaños y nos den serenata. Lo que digo es que no sucede así cada vez que midamos un poste o un árbol con una cinta métrica, o calculemos el volumen del agua,  en estos casos no festejamos esos eventos, solo lo apuntamos en una tabla de medidas o en un inventario.    

     Cada vez que la Tierra finaliza un movimiento de traslación festejamos el gran acontecimiento del año nuevo, una gran fiesta mundial. Esa ceremonia humana se incrustó en nuestra piel y en nuestro cerebro, y nos hace sentir como si verdaderamente el tiempo hubiese pasado. Cada neurona ha asumido que nos vamos volviendo viejos porque estamos acumulando vueltas terrestres o años. Es algo muy errado, pues sabemos que envejecemos con vueltas o sin vueltas. La acumulación de ciclos es solo una estadística, en realidad nuestro cuerpo no acumula vueltas de traslación, simplemente nuestra fisionomía se transforma dentro de un marco evolutivo, y esta variación de envejecimiento se dará siempre, aunque la Tierra no gire. Al celebrar un nuevo ciclo de traslación terrestre, solo estamos añadiendo deterioro a nuestro organismo, a  «nuestra vida útil». 

     Nuestro cumpleaños es otro ejemplo de la solemnidad de los movimientos terrestres, otro ciclo que convertimos en una gran ceremonia para nuestras vidas, un año más de vida; pero solo es un nuevo giro de traslación que llegó a su final y da apertura otro. Y así hay muchos eventos importantes que presentan al falso tiempo como algo real, como lo son la navidad, el día de las madres, las estaciones del año, un mundial de futbol, además de otros. Y si al final de cada ciclo lo envolvemos con las siguientes expresiones repetitivas: ¡Un año más de vida! ¡Feliz navidad! ¡Feliz cumpleaños! ¡Feliz año nuevo! ¡Feliz aniversario! ¡Feliz día de las madres, ¡Ya comienza otra temporada de futbol! etc.: cada expresión se instala en nuestra memoria y ayuda a confundir más nuestra mente.

     Lo anterior en cuanto al movimiento de traslación,  ahora miremos a la rotación terrestre, pues como hemos señalado, no celebramos la salida ni la puesta del sol cada día, pero sentimos que el tiempo pasa. Sin embargo, no nos hace sentir que envejecemos, debido a que es un fenómeno corto. Ese ciclo lo asumimos como un compromiso de actividades diarias, casi constantes, de cumplir una labor cada vez que la claridad del sol traspasa nuestra ventana. Hay miles de compromisos y quehaceres como el ir a estudiar por la mañana y regresar al mediodía, ir a trabajar por la mañana y regresar por la noche, trotar,  vagabundear... Aunque no hagamos nada en todo el santo día, de todos modos es una actividad, pues siempre habrá variaciones de todo tipo en horarios determinados, como la hora de desayunar, almorzar, bañarse, ver tv., etc. Cada vez que cumplimos estas actividades dentro del caminar del sol y su sombra en el suelo (recuérdese que los primeros relojes fueron la proyección de la sombra del sol), nuestro confundido cerebro siente que ha transcurrido el tiempo. Ese acto repetitivo de ver amaneceres y ocasos (rotaciones), incrustados dentro de afelios y perihelios (traslaciones), nos hace creer aún más en el caminar del falso tiempo. Todo es un simple ciclo de nuestra roca, independiente a cualquier suceso o actividad diaria. Y si le agregamos expresiones como ¡Buenos días!, ¡buenas noches!, ¡lindo amanecer!, nos hace sentir la noción del tiempo. 

     2. El movimiento. Todo es movimiento, y el movimiento es trasformación. Los movimientos de los astros, el crecimiento de una planta, el caminar de una hormiga y el vuelo de una mariposa, el nacimiento de dos placas tectónicas, el crecimiento del cabello y asentamiento de una arruga, el parpadeo de un bebé, un cernidillo, el bostezo de un holgazán… Esa es la realidad, estamos rodeados de entornos móviles, todo lo que presenciamos es el deterioro de la materia en general mientras la Tierra da vueltas. Y como todo en el universo no se pierde sino que se recicla, básicamente lo que presenciamos es el reciclaje y trasformación de la materia, y no el caminar del perezoso tiempo.

     Vemos el paso del sol de este a oeste, pero la realidad es que el está «estático», lo que gira es la Tierra sobre su propio eje y pareciese que se mueve en nuestro cielo. En todo caso, es un fenómeno natural de todos los días. Sin los movimientos de la Tierra no sentiríamos el pasado o futuro, solo sentiríamos el presente. Veríamos estático al sol y las estrellas, en una zona tendríamos una eterna noche y en otra un eterno día, nada de amaneceres y años nuevos que festejar. Nunca sabríamos cuando comienza y concluye un nuevo ciclo. Pero la evolución y toda la transformación de la materia seguirá su ritmo normal, los arboles seguirán creciendo, creciendo al nuevo ritmo que impongan los movimientos de la Tierra, esto porque habrá una sola noche y un solo día.

     Todo se altera, siempre hay variación a nuestro alrededor y en nuestro ser mientras la Tierra se mueve entre amaneceres y ocasos. Se altera el movimiento de los ciclos de las esferas celestes, y asimismo los movimientos de los seres vivos e inertes. Toda generación ve crecer una planta, secarse un río, crecer una montaña, nacer una isla, crecer un hijo, crecemos nosotros, se nos cuartea la piel, vemos envejecer a nuestros padres, oxidarse nuestras ventanas, enfrentamos competencias deportivas, etc. Todas las cosas en el mundo sucede bajo el marco de la observancia de rotaciones y traslaciones, adornadas por eventos naturales como la evolución y el deterioro de todo ser vivo e inerte; también adornadas por eventos sociales, como cumplir nuestras metas en la vida. Esta mezcla de ciclos y sucesos nos hacen sentir el tiempo transpirar en nuestra piel. Nuestro cerebro no está adaptado para percibir todos los movimientos celestes, tanto cotidianos y los que ocurren fuera de nuestro planeta. Se le hace difícil enlazar y unificar esos movimientos. Lo cierto es que todo ocurre en simultánea entre los giros terrestres y los procesos evolutivos naturales y sociales. Son tres movimientos que el cerebro tiene que interpretar: Los movimientos celestes (rotaciones y traslaciones, los movimientos evolutivos (nacer, crecer…), y los movimientos sociales (estudiar, trabajar, jugar…). Y el asunto a donde quiero llegar es que vivimos en constante movimiento, por tanto, siempre va existir una variación que contar con el reloj, desde el parpadeo de nuestros ojos hasta el nacimiento de una galaxia. Siendo así, nuestro cerebro procesa estos tres movimientos como un todo, haciéndonos sentir la noción del tiempo como algo real.

     Si cumplimos un año más de vida es porque nuestra gran roca giratoria en el espacio ha terminado y comenzado un ciclo, paralelamente en ese movimiento hubo un cambio leve en nuestra complexión y en la de los demás seres, tanto vivos como inertes. Todo dentro de un marco evolutivo y social, lo cual engaña a nuestro confundido cerebro y nos hace pensar que nos volvemos viejos cada vez que la Tierra cumple con un movimiento natural. Cada ser vivo está fusionado a un desarrollo biológico, mas no al tiempo.   

3. El color del cielo. Gran entorno móvil. Se desprende del aspecto anterior, que es el movimiento terrestre. Pues para más confusión a nuestro raciocinio: la posición o recorrido del sol hace cambiar el color del cielo y del paisaje terrestre. Tenemos el día de 24 horas adornado de distintos colores, así: auroras rosadas, mediodías azules, atardeceres anaranjados y noches oscuras. A estos colores le dimos el nombre de: mañana, mediodía, tarde y noche. Ver pasar estos colores del cielo lleva intrínseco el falso paso del tiempo.    

     Lo anterior es un bello fenómeno natural que nos hace sentir el tiempo. Se presenta porque los rayos del sol caen con diferente fuerza a la superficie de la Tierra mientras esta gira.  Entonces podemos decir que el horizonte condiciona al sol, razón por la cual vemos un mediodía con cielo azul, pues el sol está ubicado a una gran distancia del horizonte y está completo en el cielo y sus rayos caen directamente. Vemos amaneceres y atardeceres rojos o naranjas, porque el horizonte parte por la mitad al sol, esto hace que este se halle incompleto en el cielo y sus rayos no caigan directamente a la Tierra. El sol esta cerquita del horizonte y este le quita brillo, formando así los crepúsculos, en donde estos colores rojizos y anaranjados sobresalen siempre. Y, por supuesto, vemos una noche oscura, por la ausencia del sol, el horizonte se lo tragó.

     Estos cambios rápidos y continuos del color del paisaje engañan más a nuestro confundido cerebro y hacen palpitar el falso tiempo. Cuando es de mañana nace el concepto de temprano, pues lo relacionamos con el sol saliendo entre dos montañas, pues todos hicimos esos dibujitos de soles y montañitas en la escuela. Y el concepto de tarde nace cuando el cielo azul vacía sus estrellas en el firmamento, la noche oscura nos indica que ya es muy tarde, y hay que dormir porque tenemos que madrugar para ir a laborar o ir a la escuela en el siguiente amanecer. Todo esto no es más que un ciclo que termina y otro que llega.

     Por lo demás, el concepto de «tarde y temprano» depende de las actividades y afanes de cada persona, se puede ser muy temprano en la noche, y muy tarde en la mañana, o viceversa. «No por mucho madrugar se amanece más temprano», dice el dicho.

    En realidad lo que acontece es el cumplimiento de algo natural, una simple vuelta (o fracción) de nuestro eje terrestre: el día, noche y un nuevo día, auroras y atardeceres. Cuando un ciclo de rotación terrestre llega a su fin, o una mañana da senda al mediodía, igualmente pensamos que el tiempo a trascurrido, aunque no muy rápido. No obstante, cada ser vivo e inerte se deteriora en una pequeña fracción cada día, pero no percibimos esa variación, sino cuando hayamos acumulado muchas rotaciones.

     Cumplimos eventos biológicos dentro de un ciclo natural terrestre y los colores que nos imponen en el cielo. De igual forma efectuamos compromisos sociales, casi repetitivos todos los días, los cuales están muy ligados a nuestro ser, como lo hemos mencionado antes: ir al colegio o ir trabajar cada vez que nazca el sol con sus nubes anaranjadas, y regresar a nuestros hogares cada vez que el cielo pase de azul a naranja, e irnos a descansar cuando se asome un cachito de luna. Tenemos pegado en nuestra frente conceptos falsos como si fuesen algo real, estos son el presente, el pasado y el futuro. Es una difícil tarea deshacer esta falsa realidad de nuestro raciocinio cuando se aproxima las seis de la tarde, hora de salir del trabajo. En este ejemplo estamos deseando un futuro que no existe, visto que es el final de algo normal y natural como lo es un ciclo de rotación, simplemente el sol se está ocultando y dando paso al cielo oscuro. Y si al regresar a casa, nuestra madre, mujer o hijos nos pregunta cómo nos fue en el día, al dar respuesta les estaremos comentando de un pasado que nunca existió. Todo esto no es más que un evento natural como lo es el inicio de un nuevo ciclo de rotación y la puesta de nuestro sol pincelando el cielo en distintos colores en su caminar, junto a un evento social como es el hecho de interactuar con los demás, en este caso trabajar o ir al colegio.

     La especialización del trabajo impuso horarios que tenemos que cumplir, tareas que ejecutamos en ocho horas, y ese fragmento de rotación tampoco lo procesa nuestro cerebro, ya que este solo procesa con «tristeza» la hora de entrar a trabajar y con «alegría» la hora de salida. Y la alegría y tristeza son conceptos abstractos, intangibles, dos emociones de nuestro organismo que hacen parte de la vida y evolución del hombre, y en nada tienen que ver con el movimiento de la Tierra.

     Al considerar la mañana y su cielo rosado como el inicio del día, de inmediato pensamos en la noche oscura como un futuro cercano; y cuando estemos en la penumbra de la noche, de inmediato pensamos en el nuevo amanecer como otro futuro cercano, y así sucesivamente. Y si a estas divisiones de colores del día la envolvemos nuevamente con estas expresiones acarameladas: ¡Buenos días! ¡Se fue la mañana! ¡Buenas tarde! ¡Buenas noches! ¡Mañana será un nuevo día! etc.; por supuesto, engañan más a nuestra mente. Nuestro cerebro no está diseñado para comprender esto cada día y en cada momento. Esta es una de las tantas razones del porqué tenemos la noción del pasado, del presente y del futuro cuando en realidad nuestro barco está anclado en un solo presente.

3. Las estaciones del año. El clima es otro entorno móvil, otro factor que nos hace sentir el tiempo como una suave brisa acariciando nuestra piel, en el caso particular las estaciones del año. Aquí observamos que es el ambiente natural el encargado de hacer que un simple movimiento terrestre sea un gran suceso mundial. El clima cambia continuamente en el trascurso del giro de la Tierra al sol, debido a que sus rayos caen de manera diferente en la Tierra durante este recorrido, esto a razón de la inclinación terrestre de 23,5° en el plano orbital. Con estas condiciones en cada ciclo se agita el clima, el cual a la vez hace cambiar el paisaje de la naturaleza en cuatro estaciones que son la primavera, verano, otoño e invierno. Estas etapas son extremadamente diferentes entre sí: mucho sol, mucha nieve, flores abundantes, arboles desplumados, hojas verdes y secas, fuertes vientos, lluvia y sequia; días solares largos y noches cortas en el norte, y en el sur noches largas y días cortos, luego se invierte el fenómeno en los polos; equinoccios y solsticio. Con estos entornos móviles vemos pasar paisajes extremos uno tras otro mientras la Tierra cumple con sus movimientos naturales, y esos repetitivos cambios de paisajes engañan nuestra vista y, por supuesto, a nuestro cerebro, esto nos hace pensar que lo que se mueve es el tiempo y no el ciclo climático dentro de los ciclos terrestres.

     Los cambios de colores del día mezclado al cambio del paisaje de las estaciones son información confusa para nuestro cerebro, a este le es muy difícil procesar que lo que acontece son unos ciclos climáticos y de colores del cielo dentro de dos ciclos de movimientos terrestres.

     Pero, ¿Qué hay de los en lugares aledaños a la línea ecuatorial, donde no existen las estaciones? En el centro de la Tierra cae el sol rectamente durante el año, si bien no experimentamos las estaciones o los cuatro cambios de paisajes en el año sentimos un leve coletazo de estos. Solo tenemos dos estaciones del año (por decirlo de alguna manera): verano e invierno; pero también los campos florecen, y caen las hojas secas de los arboles. Y es que la inclinación de 23.5° de la Tierra aplica para todo el planeta, y eso lo notamos a simple vista, pues el sol no nace en todo el «centro» del este durante el año: en un periodo nace un poco hacía el noreste; y otro, por el noroeste. Por todo ello, los que estamos ubicados cerca de la línea ecuatorial también sentimos, aunque en menor medida, noches largas y cortas durante el año, y por supuesto, también días largos y cortos. Los fuertes vientos en cierta temporada nos hace sentir «un mini otoño», aquí vemos caer las hojas de sus árboles; también en alguna parte del año experimentamos una «mini primavera», aquí vemos a los arboles inundarse de flores; y por supuesto, sus «megas» inviernos y veranos.

     Y si a esto le añadimos que las estaciones del año inciden en el estado de ánimo de muchas personas, pues es la época de las flores y las flores sinónimo de amor, por tanto, nos  sentimos románticos; y el verano es sinónimo de sol y playa, de vacaciones, de alegría. Y con solo hablar de esperar una de estas etapas, de inmediato se nos viene a la cabeza el tiempo futuro. Además, estas estaciones están aderezadas con intrínsecas expresiones: ¡Llegaron las flores de primavera! ¡El próximo verano pasaré vacaciones en el Caribe! ¡A protegernos como la cigarra por la llegada de la nieve!, etc. Dichas expresiones enredan cada vez más nuestra mente.

3. Misceláneas de apariencias. Como si fuese poco, nuestro atiborrado cerebro es bombardeado por muchas apariencias, las cuales también nos hacen sentir el tiempo de lo intangible a lo real. Estos factores son: la música, la moda, la tecnología, los aromas, comidas, además de otros. Dichos factores nos sumergen de inmediato al falso pasado, a la apariencia del recuerdo y a todo el anecdotario de nuestras vidas. Recordamos nuestra niñez al escuchar una canción vieja, al ver una foto de nuestra infancia, al oler un perfume o un guisado; y ante estos ambientes creeremos que el tiempo ha perdurado. Lo mismo nos sucede cuando vemos una película en blanco y negro, como las de Chaplin o Cantinflas. Pues si a estas películas la enfrentamos al color de nuestro cine moderno, a la nueva tecnología como el internet, a twitter o instagram, a la moda actual y a todos los nuevos ritmos musicales: nos confundimos y de igual manera creemos que el tiempo ha transcurrido.

     Los factores en mención nos confunden y nos dan apariencia del tiempo, y en realidad es la superioridad de una civilización sobre la anterior, una variación de la tecnología, paralelamente con los ciclos terrestres y evolutivos.

     Nos volvemos nostálgicos al recordar nuestra etapa de niñez y juventud, pero en el fondo estas etapas de la vida son un proceso biológico natural que sucede con el conteo de los ciclos de la Tierra o sin ellos. No sentimos inmediatamente esa variación de nuestro deterioro físico ni la de los demás individuos; tampoco sentimos la trasformación y deterioro de la materia que nos rodea. Notamos que ha pasado cierta cantidad de ciclos terrestres cuando vemos una fotografía nuestra de hace algunos años, o de cualquier persona, podría ser un actor de cine, por ejemplo. Del mismo modo sentimos el paso del tiempo con el cambio de tecnología, con el pasar de la moda, etc. Por todo ello, conceptuamos que el tiempo ha pasado, pero en realidad estamos en el mismo presente de los dinosaurios, del día en que Jesús colocó un pie sobre la Tierra, de la edad media, del primer paso en la luna, y del primer diente de leche en nuestras vidas. Estamos en el mismo tiempo de nuestro nacimiento y de nuestra muerte; estamos anclados en un solo presente aderezado de emociones y apariencias, de cambios de paisajes y colores del cielo, y del cambio de tecnología, moda y otros aspectos.

     Recordar es una emoción que activa sucesos guardados en nuestra memoria, sucesos dados en un determinado ciclo terrestre. Recordar no es un movimiento o variación, es algo abstracto, es algo de nuestro organismo evolutivo, y todo aspecto de nuestro organismo es independiente a cualquier ciclo terrestre. El pasado lo asumimos como un recuerdo de toda trasformación de nuestro cuerpo y de la materia que nos rodea, y de todos los eventos sociales ocurridos o vividos en esa trasformación.   

     Si abrimos el álbum de nuestra historia y le echamos un vistazo a una de las tantas fotografías allí guardadas, notaremos la conjugación de todas las apariencias señaladas. Por ejemplo, al mirar una imagen de cuando éramos niños, la típica foto posando juiciosamente con nuestra familia, y al observarla de inmediato se activa nuestro sentimiento del recuerdo acumulado en nuestra memoria, la reminiscencia de nuestra infancia. Y si dicha fotografía es en blanco y negro, este hecho también nos hace creer que el tiempo ha pasado mucho más; pues en plena época del selfie se nos hace lejana toda la tecnología anterior, porque estamos hablando de imágenes del siglo anterior, y todo se nos hace muy jurasico. Pero la realidad es que simplemente hubo un cambio, una variación de desarrollo tecnológico, pasamos del blanco y negro al color actual. Todo lo anterior no es más que un trabajo evolutivo de la inteligencia humana, de una generación sobre otra dentro del curso normal de movimientos terrestres. También en el papel de la foto interviene un fenómeno de la naturaleza como la acción del aire, el aire deteriora la calidad del papel fotográfico dándole así un aspecto amarillento. La tinta del papel se palidece: otra variación. Al pasar el papel por muchas manos se dobla o se rotura, le da un aspecto más añejo y romántico. Además al añadirle la moda, el corte de pelo y la ropa que lucíamos en esa vieja fotografía nos hace sentir más el falso caminar del tiempo. En todo caso, tanto el papel como todas las personas que aparecen en la fotografía se han deteriorados por eventos naturales, y no por el movimiento terrestre. En la fotografía éramos niños o jovencitos con melena extensa, nuestro proceso biológico que llevamos intrínseco en nuestros genes hizo que creciéramos, que perdiéramos la melena y que nuestra piel se agrietase. Y si al mirar esa fotografía recordamos la música que estuvo de moda en esa época derramaríamos un par de lágrimas al recordar nuestra infancia, y las anécdotas de nuestros abuelos que ya nos dejaron.

     En el mismo presente queremos inútilmente que la Tierra gire al revés para volver a nuestra infancia. En vano también deseamos que el planeta acelere para salir de vacaciones al Caribe, pero lo que hacemos es mezclar nuestro deseo con los movimientos terrestres.

     Y es verdad, dentro de un presente deseamos que la fecha de vacaciones llegue pronto. Al llegar el día y la hora, y disfrutamos las anheladas vacaciones, a la larga seguimos estando en el mismo presente de cuando deseamos ese evento, pues lo que se ha movido fueron los ciclos terrestres. Lo único cierto es que hubo una mudanza de paisajes o de estaciones (de primavera a verano), de amaneceres y ocasos. Y al finalizar las vacaciones y entremos a laboral seguimos en el mismo presente de cuando deseamos las vacaciones y el disfrute de las mismas, de nuevo hubo otro cambio de paisaje natural (de verano a primavera), y cambios rotacionales. Cualquier turista y su familia que haya disfrutado ese fragmento de vacaciones envejecieron un poco, lo que envejece toda persona en un mes, con o sin estaciones. Al transcurrir diez años, desde luego, se encontraran en otro paisaje, y al abrir ese álbum titulado: Vacaciones por el Caribe, estarán diez años más viejo, recordaran un presente al ver cada fotografía, y, tal vez, anhelando que la Tierra acelere sus movimientos para disfrutar otras vacaciones. Se recordará la fecha de vacaciones, pues habrá registro en videos y fotos. En esos registros fílmicos y fotográficos el turista y su familia observará su evidente deterioro físico.  

     Confundimos un sentimiento orgánico (de sentimientos y emociones) con algo totalmente independiente como lo es el ciclo terrestre. En realidad solo recordamos un eterno presente atornillado sobre un conteo de rotaciones y traslaciones.

     No es fácil dilucidar la relación del individuo con todo su entorno social y evolutivo mientras la Tierra da vueltas y vueltas, colocar cada aspecto por separado es muy dificultoso. Reconocemos y sentimos muy bien las fases biológicas de todos los individuos, además de estar bien explicadas en todos los libros de biología elemental, como: nacer, crecer, reproducirse y morir; pero no reconocemos que estas fases suceden independientemente con los ciclos del planeta.

     Nuestros sentimientos o recuerdos hacen parte de nuestro sistema biológico, alojados en alguna parte del cerebro. Cada vez que abrimos el álbum de nuestras anécdotas se activa la apariencia del pasado, del recuerdo, y nos hace suponer que el tiempo ha marchado. Por el contrario, cuando tenemos una invitación a un evento o fiesta para cierta fecha, digamos un concierto musical o la conmemoración de los próximos juegos olímpicos, en estos ejemplos anhelamos que finalicen cuatro ciclos de la Tierra para disfrutar del acontecimiento. Se nos activa la apariencia del futuro, ansiamos escribir o colocar una imagen en ese álbum que aún no ha llegado; a la larga, cuando llegue la fecha anhelada, en realidad lo que se coloca allí son eternos acontecimientos presentes.

     Un árbol brota de una semilla, crece y da frutos, de sus frutos nace una semilla que igualmente reproduce un nuevo árbol, luego se marchita, de la siguiente semilla brota otro árbol, y así sucesivamente: retahíla inquebrantable de la naturaleza. En este ejemplo, todo hace parte de una evolución natural de la planta, transcurrido en un solo presente, tanto aquí en la Tierra como en la última esquina del universo. Lo mismo sucede con nosotros los seres humanos, nacemos, crecemos, damos fruto a una nueva vida, de ese fruto brota otro fruto, luego nos marchitamos, así sucesivamente. Pero a diferencia de los arboles en este proceso natural, es que ellos no poseen recuerdos, no conmemoran eventos; nosotros somos su memoria, y al verlas crecer, florecer y salirle hongos en sus tallos pensamos que el tiempo ha trascurrido. Somos conscientes cuando vemos crecer a nuestros hijos y marchitarse nuestra piel, marchitarse una flor, oxidarse una lámina de hierro, etc., y pareciese que vemos correr el aparente tiempo en el reflejo que deja la trasformación de la materia.

5. Factores psicológicos. Todos hemos sentido alguna vez que el tiempo marchase menos o más de prisa en alguna situación o evento de nuestras vidas. Pareciese que trascurriera lento: al ver una serie de tv. aburrida, el estar en una clase que no nos interesa, ver un partido de futbol de dos equipos mediocres, ir dentro de un vehículo que marche lento, entre otros ejemplos cotidianos. Contrario a lo dicho, el falso tiempo parece transcurrir más de prisa: al ver una serie de tv. que nos gusta, cuando disfrutamos de nuestras vacaciones, ir dentro de un vehículo que marcha de prisa, estar con la persona que queremos, ver un partido de futbol del equipo del cual somos hinchas, entre muchos casos. En este último ejemplo ocurre algo particular, cuando nuestro equipo va ganando la contienda deportiva por un estrecho marcador, y faltan diez minutos para que concluya el juego, aquí sentimos que el tiempo trascurre lentamente, pareciese que esos diez minutos nunca se acaban; pero cuando va perdiendo nuestro equipo, también por la misma diferencia, y faltan la misma cantidad de minutos, y deseamos que empate, sentimos que el tiempo trascurre de prisa. Un ejemplo muy clásico es el minuto de duración de un terremoto, pero  para los afectados «dura una eternidad».

     En estos eventos juegan un papel importante las emociones naturales del ser humano, como lo son el deleite, el aburrimiento, el deseo, las ansias, la esperanza, el afán, además de otras. Y todo sentimiento son emociones, aunque sea un aspecto biológico son intangibles, por tanto, independientes a los movimientos de la Tierra en el espacio.   

     El anhelo o el ansia de esperar algo o un futuro, de que el tiempo trascurra rápido, tiene un efecto contrario a lo que deseamos. Pareciese que las ansias le diesen señales a nuestro cerebro a que el tiempo trascurra lentamente. Deseamos que una pésima película finalice pronto, porque quizás esperamos otra mejor, y esta situación de esperar nos aburre; anhelamos que un malísimo partido de futbol por tv. concluya lo más pronto, porque al hacerlo la tv. trasmitirá Madrid vs. Barcelona, y al desarrollarse ese clásico deportivo sentiremos el tiempo ir de prisa. La misma hora de una película aburrida es la misma de una excelente, no hubo alteraciones del tiempo, simplemente lo que hubo fue una alteración de ánimos, pasamos del aburrimiento a la alegría, y viceversa. Nuestra ansiedad, el deleite o el aburrimiento hacen que todo evento nos parezca rápido o lento.

     Otro aspecto psicológico lo encontramos al recordar nuestra infancia. Aquí ocurre una particularidad especial, porque al saltar a nuestros recuerdos de niño notamos en nuestra memoria mucho espacio borrado. La razón a esto es que tenemos una nula cronología de nuestros recuerdos, y estos están muy desordenados. Existen muchos saltos en cada recuerdo, y esos espacios borrados nos suponen mucho tiempo. Ese es el motivo por el cual cuando recordamos esa primera y bonita etapa de nuestra vida, incluso si la recordamos siendo un adolescente todavía la sentimos como algo muy lejano, a pesar de que nuestra niñez estuvo a la vuelta de la esquina cuando somos adolescentes. En mi caso particular, soy modelo 69, por tanto, mi infancia trascurrió en los años setenta, época de la transición de la tv. y fotografía en blanco y negro al color. Cuando llegué a la adolescencia y recordé mi niñez me pareció que transcurrió mucho tiempo en esos años de infancia, aún siendo adulto siento haber vivido mucho tiempo cuando niño. Pero de seguro, para otros observadores, en este caso para mis padres, el tiempo pasó volando, me vieron crecer de prisa.  

     La niñez es una etapa corta, de diez o doce años, y los adultos ven crecer a sus niños rápidamente, pues esa cantidad de años para nuestra percepción adulta es un tiempo breve; pero al experimentarla nos parece larga. Cuando recordamos esos años de inocencia pareciese que hubiese pasado mucho tiempo, la razón de esto es porque no podemos recordar todo, hay un tiempo borrado que al parecer nos parece muy largo. Solo recordamos buenos y malos momentos, y pequeños chispazos de anecdotarios dentro de un inmenso mar de olvido, como consecuencia se nos hace imposible llenar ese mar con experiencias vividas. Mientras nuestra vida camina, más y más, ese mar de tiempo olvidado, sigue siendo más inmenso para nosotros.

     En nuestra niñez no percibíamos el caminar del tiempo, pues en ese momento no teníamos una consciencia clara de lo que ocurría a nuestro alrededor. Notamos el tiempo cuando vivimos nuestra juventud y adultez, por supuesto. Recordamos más cantidad de hechos vividos en las etapas posteriores a la niñez y en fechas más precisas. Y así es, los adultos recordamos hechos de nuestra etapa y de nuestra juventud con mayor precisión que a la de nuestra niñez, cronológicamente recordamos un tiempo exacto. Pues ese mar está más copado de recuerdos, y más organizado en cuanto a fechas se refiere. Somos más conscientes de nuestro mundo, de nuestros deberes, de nuestra vida social, de nuestro cuerpo, de nuestros problemas, etc., por ende, somos conscientes de todo nuestro anecdotario.

     Nuestras vivencias personales en las distintas etapas de nuestras vidas personal las corroboran los archivos familiares, tanto fotográficos y audiovisuales. Y todo recuerdo de nuestro entorno, es decir, toda noticia de la comunidad y del mundo son corroboradas por los medios de comunicación y los libros de historia. De esta manera somos conscientes de la cantidad de años trascurridos, y pareciese que los años corren más de prisa en nuestra vida adulta. Pero en realidad diez o doce años en nuestra niñez o en nuestra juventud o en nuestra adultez siempre serán los mismos diez o doce ciclos de la Tierra dando vueltas al sol. El periodo de traslación tiene la misma duración para todas las etapas de la vida, aunque así no lo sintamos.

     Por lo demás, nunca sabremos lo que piensa un niño en su momento de vivir su etapa, quizás perciba que todo trascurre lento, esto por la ansiedad de crecer y ser gigantes como sus padres, de este modo alcanzar las galletas que están sobre la mesa, o asomarse por la ventana, etc. En nuestra infancia vivíamos en un mundo de gigantes, dado que todo nuestro entorno era de «gente gigante, mascotas gigantes, casas gigantes, árboles gigantes...». Siendo adulto percibimos como si nuestra niñez hubiese trascurrido lentamente, pues recordamos una etapa de gigantes, nos sentíamos muy pequeños dentro de la grandeza, y cuando nos sentimos pequeños ante la materia hasta el tiempo nos parece inmenso.

     Señalamos que en nuestra vida adulta pareciese que el tiempo transcurriese más de prisa, esto también porque los afanes de la vida nos mantienen muy ocupados, y estamos bombardeados de constante información que recibimos en cada minuto. Además, es ineludible que estando en la etapa adulta somos consciente de que nos acercamos a la última etapa de nuestras vidas: la vejez. Contrario a nuestra niñez, en la cual queríamos crecer de prisa, aquí queremos hacernos jóvenes, paralizar el tiempo. Esta acción de querer detener el tiempo, le da un mensaje inverso a nuestro cerebro, siendo así sentimos el tiempo correr más de prisa cuando se acerca el momento de colocarnos la inexorable «piyama de madera».

     Y como si fuese poco, si a todos estos enredos le añadimos otro factor psicológico, otra complejidad para engañar más a nuestro cerebro, como lo es la ansiedad de estar pendiente de la hora en nuestro reloj a cada momento. Esta particularidad no ocurre con la cinta métrica, pues no andamos con una cinta métrica de pulsera midiendo a cada momento un árbol o una pared, o con un termómetro midiendo la temperatura ambiental o corporal a cada momento. Pero con mucha frecuencia estamos viendo nuestro reloj para saber si ya está por terminar la hora de clases, si ya es la hora del almuerzo, o si ya es la hora de la telenovela, etc. Y si le añadimos estas expresiones: ¡Se me hace tarde! ¡Voy a llegar tarde! ¡Ya es la hora de salir! ¡Es muy temprano! entre otras. Son expresiones arraigadas en la mente para crear una falsa realidad del tiempo.

     El anhelo es otro aspecto psicológico. Es preciso recordar, una vez más, que tanto los eventos sociales como los naturales de los seres vivos e inertes acontecen en simultánea con los movimientos cíclicos de la Tierra. Nos da la noción de tiempo toda esta compleja mezcla de amaneceres y ocasos con el proceso biológico, con el deterioro de la materia, y la vida social de todo individuo.  Todo evento natural y social tiene una variación por muy minúscula que sea. Sentimos aparentemente la existencia del tiempo presente cuando comienza un nuevo ciclo; el pasado cuando un ciclo llega a su fin y comienza otro; y anhelamos un futuro cuando esperamos que un ciclo llegue a su fin. Al anhelar el fin de un movimiento terrestre (final del año), todas las conexiones de nuestro cerebro convierten ese presente en un inexistente futuro. Y cuando el ciclo llega a su fin y comienza otro, esas mismas conexiones convierten ese mismo presente en un inexistente pasado (pasó el año). Pero lo cierto es que solo existe el tiempo presente, desde allí anhelamos y recordamos; y estos dos aspectos de anhelar y recordar son solo emociones, algo biológico e intangible, del ser humano.

     Nuestra mente anhela que llegue un ciclo o varios ciclos terrestres a la vez (que pasen los días, meses y años rápidamente), esto según el afán de cada persona. Anhelamos un futuro pronto (que llegue un solo ciclo) cuando deseamos un nuevo amanecer; o un futuro lejano (que pasen varios ciclos para llegar al ciclo que deseamos) cuando deseamos que desfilen varios amaneceres para que llegue otro mes y otro año. Contrario al anhelo del futuro o al anhelo de nuevos ciclos, al pasar esos ciclos que deseamos en algún momento, sentimos nostalgia por ello. Recordamos un pasado reciente (un ciclo), un ayer, y un pasado lejano (pasaron varios ciclos), varios ayeres.   

    Lo único claro es que estamos en un solo hoy, añoramos ese hoy, esperamos un mañana y nos llega el mismo hoy. El presente no ha dado ni un solo pinito a la eternidad. Estamos atornillados en un eterno presente girando sobre una roca gigante, donde el reloj solo contabiliza las vueltas de dicha roca, y por supuesto, cada variación de los eventos que allí se cumplan. Mientras esperamos el comienzo o final de un ciclo estamos siempre estacionados en un presente, visto que toda la trasformación de la materia se da con o sin los giros terrestres.

6. La mezcla de ciclos terrestres, naturales y sociales. Ya tratamos un poco este tema, pero valga recordar que la falsedad del tiempo se rige por los ciclos terrestres actuando en simultánea a la transformación de la materia, a los eventos sociales y a la evolución de los seres vivos. Pero si viviésemos en un mundo plano no tendríamos la noción del tiempo tan marcada como la tenemos en nuestro mundo redondo. En un mundo plano todo sería poco dinámico, muy monótono con un solo paisaje, un solo clima o estación, un solo amanecer o un solo ocaso, sin años nuevos, sin cumpleaños, etc. Desde luego, no sobreviviríamos con el sol postrado de forma indefinida en la superficie de la Tierra; o por el contrario, tampoco sobreviviríamos en un mundo congelado por la ausencia de este. Pero en caso tal que sirva como ejemplo, si la humanidad sobrevive a esas condiciones de vida confirmaríamos que existimos en un solo presente, pues no tendríamos días y años que contar. No anhelaríamos que un ciclo llegase de prisa o recordáramos su paso, es decir, el concepto de pasado y futuro desaparecen. No veríamos pasar primaveras ni veranos, tampoco auroras ni puestas del sol; no festejaríamos años nuevos ni sabríamos nuestro cumpleaños. Pero aquí sí veríamos la trasformación y nuestro deterioro físico, la trasformación de la materia y todo nuestro entorno; pero seremos conscientes que el tiempo pasa.

     Nuestros antepasados desconocían que se hallaban sobre un mundo redondo, claro, se imaginaban un mundo plano. Veían pasar el sol y las estrellas, las constelaciones, la luna y todas sus fases. De allí sus calendarios. No eran conscientes de los giros terrestres aunque experimentaban amaneceres, atardeceres y anocheceres, primavera y veranos. A pesar de su desconocimientos de la rotación y traslación terrestre sentían la noción del tiempo, aunque no comprendían que los astros se movían gracias a dichos movimientos, por lo tanto, desde su perspectiva vivían en un mundo plano sobre bases móviles.

6. Períodos de cosechas y eventos culturales. En determinadas épocas del año, el suelo fértil proporciona mayor bonanza de productos agrícolas. Algo tan natural como lo es el germinar el fruto de una semilla, en cantidades mayores en un determinado mes: nos da la noción del tiempo. En nuestro entorno el mes de mayo es fructífero para el mango y la ciruela, esto debido a muchos factores, el principal las lluvias de abril. En todo el mundo existen más cosechas de cualquier producto agrícola en un determinado mes, de ello depende su economía, incluso, se celebran fiestas a su nombre, la más popular la fiesta de la Tomatina en España. Ver pasar estas cosechas en abundancia nos hace sentir el caminar del falso tiempo.

     Pero no solo las fiestas de la cosechas, al igual, las fiestas que realizan los pueblos cada año conmemorando un patrón religioso o una fiesta pagana, un festival de música o reinado, una fiesta deportiva o cualquier otra nos sumerge en la idea de que el tiempo ha dado un paso a la eternidad.    

8. El deterioro y la transformación de la materia. Hemos abarcado en gran medida este tema en este ensayo, pero por supuesto que hace parte de la apertura del falso tiempo. Sin alargarnos mucho, simplemente al tomar una rebanada de pan y observar su enmohecimiento, de inmediato creemos que ha habido variación del tiempo. «El pan esta viejo», pensamos, pero simplemente es un proceso químico, ya que el pan, así como hace parte de nuestro alimento, también es alimento para otros organismos, como los hongos. La oxidación de las rejas de nuestra ventana por acción del aire, los arboles podridos, nuestras arrugas son otros ejemplos.

8. La suciedad. Las casas abandonadas nos dan la sensación de que haya transcurrido muchos años. La falta de mantenimiento hace que allí se asienten animales descomponedores como son los insectos, pulgas y otros parásitos. Entre las más comunes tenemos las hormigas y termitas, las cuales deterioran la madera dándole aspecto añejo a cualquier sitio. Del mismo modo los roedores destruyen los muebles. Las arañas exhiben sus telarañas, el polvo se acumula en todos los rincones de la casa y la maleza no deja de crecer. La suma de todos estos factores nos da la idea de que el falso tiempo ha caminado en esa casa. Pero en realidad son eventos normales y cotidianos en una casa abandonada, sin ningún tipo de limpieza.

9. El regreso. Si Tarzan, el rey de la selva, llegase a la urbe, al hacerlo entrará en estado de shock con la civilización existente. ¡No llegó al futuro!, simplemente ese héroe no vio cómo se construyó ese futuro que transcurría en el mismo momento en que él estaba perdido en la selva. Al igual nos sucede cuando regresamos a nuestra ciudad después de mucho tiempo de ausencia, al regresar encontramos todo cambiado: el pequeño árbol de almendras de la plaza ya proporciona su grande sombra, se envejeció el joven lustrabotas de la misma plaza, la casa donde estaba el teléfono público (de monedas) fue reemplazada por un café internet, etc. Todos fueron acontecimientos normales, como el crecimiento del árbol de almendras, el cual nos hace ver el caminar del falso tiempo. Lo mismo sucede al dejar de ver a una persona por muchos años, al reencontrarnos con ellos nos parecerá que el tiempo ha pasado, pero para ellos. En efecto, lo que hubo fue un proceso natural de crecimiento y envejecimiento, no atribuidos a los años o ciclos.

     En resumen, todo en el universo es movimiento, y no solo el de los astros.  Al crecer una planta existe un movimiento, tanto de la raíz como el de su tallo que busca la luz del sol. Lo mismo al nacer un volcán o una montaña, el nacimiento de un nuevo cauce del río, el crecimiento de cualquier ser vivo, etc. Si desligamos o separamos estos movimientos, es decir, sin la existencia de los giros de la Tierra en el espacio, veríamos los movimientos de los ejemplos anteriores sin amaneceres y ocasos: no obstante, sin la percepción de que el tiempo camina, o caminaría en un mismo presente, sin esperar un mañana y recordar un pasado. Nuestro cerebro así lo comprendería.

     Sentimos el correr del tiempo, tenemos noción de él gracias a los diferentes factores externos que hemos indicado, como lo son festejar con alegría el final de un ciclo, ver nacer y ocultarse al sol, ver cambiar el paisaje de la Tierra gracias a las estaciones, la oxidación de las cosas, la transformación de la Tierra, la moda, la tecnología, la música, factores psicológicos, las cosechas, la suciedad. Sucesos desligados totalmente de todo proceso biológico, de los ciclos de la Tierra y del deterioro de esta.

     Desde mi punto de vista es importante para nuestra vida social que nuestro cerebro sea confundido y no comprenda para nada todos estos factores en mención. Es mejor para la vida tener noción del falso tiempo, que nos engañe, que este vaya ligado a nuestros sentimientos y recuerdos, que nos permita festejar cada ciclo, festejar cada cumpleaños o año nuevo,  sentir alegría por la llegada de la primavera. En cambio, sin la noción del tiempo el mundo sería un pronunciado bostezo.

Te invito al siguiente capitulo: Manipulación del tiempo. CLICK

 

    


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