Ensayo
El tiempo no da saltitos inútiles como peces en la red
Capítulo 1. Principio y fin del binomio reloj-tiempo
Están muy equivocadas todas aquellas personas que creen que retornaríamos al pasado si la Tierra girase al revés. Como se dijo, en el evento de que nuestro planeta lograse cambiar su giro de rotación, a lo mejor como consecuencia de ser impactado por un gran objeto celeste, simplemente el sol saldría por el oeste y se ocultaría por el este. Esto porque los movimientos de la Tierra, del sol, de la luna, de los planetas y en general de todas las estrellas del universo en nada afecta o decide sobre el comportamiento biológico de todo ser vivo. Y es que no crecemos ni envejecemos por los giros de los cuerpos celestes, y rejuvenecer mucho menos. He aquí una gran confusión, y se presenta porque no tenemos claro el concepto tiempo, pues creemos que el tiempo está ligado a la transformación y deterioro de la materia, y no es así. Todo cambio en nuestro cuerpo no es más que nuestros procesos biológicos puestos en marcha, nuestra evolución, cambios ligados a toda actividad social del individuo. El nacer, crecer, reproducirnos y morir: no depende de la cantidad de rotaciones y traslaciones de cualquier objeto celeste. Estos dos movimientos se contabilizan por un objeto creado por la mano del hombre como lo es: el reloj (tiempo), objeto al fin y al cabo. Entonces se hace necesario que al contabilizarse cada movimiento de la Tierra se realice de manera independiente a lo que le acontezca a nuestro desarrollo físico, que no es más que nuestra evolución.
Los cambios físicos, que experimentamos todos los seres vivientes, dependen de un proceso evolutivo arraigado en nuestros genes, arraigados desde hace miles de años. Y cualquier cambio o mutación de ese proceso, por muy pequeño que conllevare, dicho cambio se daría en miles de años, y no de la noche a la mañana, pues nada puede cambiar así porque sí o por el hecho de que nuestro planeta decide ralentizar o acelerar sus movimientos en el espacio. Los procesos biológicos y en general todo el deterioro de la materia son independientes a los movimientos de la Tierra en el espacio, también a la velocidad de la luz, a la distancia, y a la injerencia de cualquier astro, así sea de la estrella más lejana. Independiente a todo.
Así de sencillo: Nuestra edad es la cantidad de vueltas que hemos dado al sol desde que nacimos, y en ese numero de vuelta, al fin y al cabo, nos marchitamos, y no precisamente por el reloj, que es un simple objeto hecho por el hombre para contar movimientos de los astros.
Desde ese momento, desde que vemos la luz de este mundo por primera vez, comenzamos un proceso de deterioro. Este hecho es debido a las condiciones de nuestra evolución, condiciones instaladas en nuestros genes desde tiempos ancestrales; y no a las condiciones de los movimientos terrestres en el espacio, las cuales son determinantes para la noción del tiempo. Todo proceso evolutivo es ascendente (nacer, crecer, reproducirnos y morir), no es descendente, no se pueden manipular, no podemos regresar a nuestra infancia por el hecho de que la Tierra girase al revés. Igual acontece con otros fenómenos naturales, como la oxidación del hierro, pues también es un proceso ascendente, este fenómeno ocurre por acción del aire de nuestra atmósfera, por ello, tampoco el hierro vuelve hacerse nuevo o a su estado natural si la Tierra alterare su giro de rotación.
Mientras el planeta Tierra gira en el espacio, nosotros experimentamos eventos naturales y sociales aquí en su superficie, pues es parte de la vida. Estos eventos mezclados, como el agua y el café, a la cantidad de vueltas que realiza continuamente el planeta, lo anotamos en un álbum al cual llamamos historia. Con el reloj contabilizamos el número de vueltas del planeta o de cualquier astro del cual queramos tener datos sobre sus movimientos espaciales, podríamos utilizar los movimientos de la luna, en todo caso, el resultado de esta medición es lo que nos da la percepción del tiempo. En este sentido, la rotación y traslación son algo así como el factor determinante del tiempo; mas no del deterioro físico nuestro o de cualquier ser vivo o no vivo. Tengamos claro ese concepto base de todo este ensayo.
Sobre el binomio de reloj-tiempo nos enfrentamos a la mezcla más misteriosa de las magnitudes físicas, dado que son dos conceptos opuestos: lo intangible y lo tangible. Lo intangible:el tiempo; y lo tangible: el reloj. Visto que podemos agarrar el reloj con nuestras manos, pero imposible agarrar al tiempo. Al ser el tiempo la magnitud física que más utilizamos en nuestro diario vivir tenemos la falsa percepción de que el tiempo y reloj son lo mismo o creer que lo intangible es lo tangible. Este dolor de cabeza no sucede con otras magnitudes, como en el caso de la longitud y la cinta métrica, por ejemplo; tampoco con el termómetro y temperatura, o el volumen y litro, etc. En estos casos no puede haber pie a confusiones, visto que notamos, sin ningún problema, que cada pareja de magnitudes son tangibles. Es decir, tocamos el termómetro y sentimos el calor, y luego sabemos que se fue el calor porque el frío congela nuestra espalda; tocamos la cinta métrica, la estiramos y recogemos cuantas veces queramos, y, por supuesto, tocamos la altura de una pared; tocamos cualquier tubo de ensayo, bebemos un litro de cualquier líquido; sentimos el aire y tocamos el barometro etc. Empero, como ejemplificamos, sentimos la noción del tiempo como la brisa acariciando nuestra piel bajo un sol de verano, siendo algo tan inmaterial.
Más adelante daremos respuesta, en mayor detalle, en lo relacionado al misterio de la noción del tiempo, tanto a la intangibilidad del tiempo como su falsa dependencia con la evolución y con los ciclos terrestres. Misterio que siempre ha inquietado a toda la humanidad. Siendo así, por el momento es menester ir paso por paso, estudiar primeramente los orígenes del binomio reloj-tiempo, resuelto este concepto nos daría las bases para profundizar y dar luces al conocimiento de este tema, y así aclarar toda confusión del enigmático tiempo.
Para adentrarnos al origen del tiempo, tenemos que estacionarnos por allá en los comienzo de nuestro universo, supongo que antes del big bang, cuando aparecieron las primeras partículas de la materia. ¿Y por qué nos remontamos a los orígenes de materia? porque para conocer la apertura del enigmático tiempo solo bastaron la existencia de una o dos partículas. Siendo más claro: el tiempo está ligado al origen del primer átomo, al origen de la materia. Pero este asunto no encaja sin la existencia de un movimiento, dado que no solo es tener la existencia de partículas atómicas inmóviles, no sirven de nada, estas tendrían necesariamente que poseer movimientos giratorios constantes. De esta manera brotarían los primeros ciclos de la materia y, ante estos movimientos repetitivos y constantes, dichos ciclos se facilitan para ser contabilizados por el reloj. Debe suponerse, que para aquel momento no existía la vida ni mucho menos el reloj para registrar movimientos. En todo caso así nacería el concepto del tiempo. Si se tratase de una sola partícula, basta que esta girase sobre su propio eje; y si son dos partículas, solo basta que una se aproxime a la otra, o una girase alrededor de la otra continuamente. En ambos eventos estaríamos hablando de ciclos ponderables, lo que nos aproxima al concepto magnitud, y magnitud nos aproxima al concepto tiempo, y tiempo a reloj, valga la retahíla.
Pero si estas partículas son inmóviles el tiempo también es inmóvil, es igual a cero, a nada. Solo tenemos que teñir esas partículas de negro para que se pareciese al vacío que vemos por las noches, como si no existiese nada. Con la materia inmóvil no nace el tiempo, no se puede medir, porque no tenemos nada que contar. Solo han nacido otras clases de magnitudes físicas, o los conceptos de tamaño: volumen, temperatura, densidad, peso, etc. Pues a las partículas se le pueden medir su longitud, su densidad, su temperatura, su peso, etc.; pero mientras no realicen movimientos repetitivos, obvio, no se le podrán contabilizar ciclos con el reloj.
La idea central de este punto es entender que solo basta un movimiento constante de una o dos partículas para que brote el intangible tiempo. En nuestra moderna civilización, ya con las grandes rocas giratorias en nuestras narices, esta tarea de medir la duración de los eventos se nos hizo más fácil. Incluso, tomando como referencia el giro de traslación de la Tierra podemos calcular cuánto tiempo ha pasado desde el origen del universo hasta nuestros días, que son unos 14 mil millones de años aprox., paradójicamente en aquel tiempo aún no existía nuestra roca, nuestro planeta, con el cual hemos calculado dicha cifra.
Vayamos recolectando conceptos, y dejemos claro que el tiempo es el resultado del número de vueltas que realiza la Tierra sobre su mismo eje y alrededor del sol, en simultanea y mezclado a todos los eventos que se presentan en su superficie, tanto naturales y sociales, y contabilizados por nuestro instrumento de medición como lo es el reloj. Y el resultado de ese número de vueltas es independiente a cualquier proceso biológico, y lo anotamos en un álbum, que llamamos historia.
Ahora abarquemos el origen del reloj.
En general, las civilizaciones primitivas basaron la medición del tiempo echando un «vistazo» al cielo. Ellos evaluaron los movimientos de los astros, echaron mano de las constelaciones, las fases de la luna, el recorrido del sol en el cielo, de los planetas y de las estrellas. Aunque en esos tiempos se creía que la Tierra era plana y sin movimientos, siempre la constante fue referenciar el caminar de las esferas celestes. Nuestros antepasados se apoyaron en calendarios basados en los movimientos de los astros para fijar, más que todo, los periodos de siembra y cosechas. Las civilizaciones progresaron, y, de las tantas ramificaciones que tiene el progreso, brotó un instrumento de mayor exactitud: el reloj. Estos primeros instrumentos fueron de agua, de sol y de arena; hasta llegar a los actuales relojes de manecillas, digitales y hasta atómicos. Sin importar el aspecto del reloj, todos basados en un movimiento cíclico.
Y es que ha nuestros ancestros no les fue difícil calcular el tiempo e introducirlo en las labores cotidianas, pues en el universo son muy comunes los cuerpos giratorios, «están a la hora del día»: la luna gira sobre su propio eje y alrededor de la Tierra, la Tierra lo hace sobre su propio eje y alrededor del sol, el sol sobre su propio eje y alrededor de la vía láctea, tal vez la vía láctea ruede alrededor de una megagalaxia.
Tenemos claro que el reloj es una herramienta que mide los movimientos constantes de las masas giratorias, en nuestro caso los desplazamientos de la Tierra en el espacio. Digamos que los ciclos del planeta, rotación y traslación, se «encarnaron» en esa herramienta. El reloj unifica los movimientos terrestres, los convierte en patrones. Es decir, los abrevia en segundos, minutos, horas y días; y con estos patrones se contabilizan las semanas, meses, años, décadas, siglos y milenios.
De lo anterior señalamos que de los ciclos de la Tierra se establecieron patrones cortos y largos. Los patrones cortos se definen como los menores a veinticuatro horas, de allí se calculó la hora de sesenta minutos y el minuto igual a sesenta segundos. Su objetivo es medir acontecimientos de poca duración, como por ejemplo: una clase escolar, un partido de futbol, una competición atlética de cien metros, además de muchas. Y los patrones largos son los mayores a veinticuatro horas, estos para medir eventos de larga duración, ejemplo: la próxima cosecha de tomates, la espera de los próximos juegos olímpicos, el próximo cumpleaños, el próximo año nuevo, e infinidades de eventos.
Con estos patrones medimos de manera precisa la variación de los eventos naturales y sociales. Entiéndase por eventos naturales el crecimiento de un ser vivo, la oxidación de una reja metálica, las fases de la luna, el nacimiento de una montaña, la velocidad de la luz, el nacimiento de una estrella, e infinitas situaciones. Los eventos sociales, decimos que son una clase en la escuela, cumplir con nuestros compromisos laborales, un partido de futbol, cocinar los frijoles, ir a una fiesta, un león corriendo detrás de su presa, el girasol mirando el sol, un águila volando sobre una montaña, una cita romántica, una carrera atlética, y millones de compromisos más. O sea: los eventos naturales son los procesos de cambio de todo ser vivo y no vivo; y los eventos sociales son las actividades diarias de todo ser vivo, las realizadas por el hombre y los animales.
Pues como vemos, además de los movimientos de los astros, existen movimientos naturales y sociales. Estos unidos para siempre a un solo ombligo como lo son los ciclos terrestres. Todo es movimiento, dado que la transformación y cambio de la materia es movimiento. Toda la materia en el universo se transforma mientras la Tierra gira, y todas las cosas son sometidas a cambio, se transforman las hormigas al igual que las montañas y el clima, nada está exento de cambio. Siendo así, se nos hizo imprescindible medir cada variación de cambio, es decir, cada movimiento natural y social, y toda variación, por muy pequeña que sea, la registramos en el álbum de la historia.
He aquí el detalle: La fusión de eventos naturales y sociales, mientras la Tierra gira, produce cierta confusión al raciocinio humano. Puesto que en cualquiera de los dos eventos: los organismos y todo lo inerte se deterioran. Y es muy cierto, todo se vuelve viejo mientras la Tierra gira, y desde nuestro punto de vista social concluimos erróneamente que dicho deterioro de todas las cosas, tanto de nosotros mismos como lo que está siempre presente a nuestro alrededor, es producto de los ciclos de nuestro planeta, y no es así. Es necesario repetir que el deterioro de todo ser vivo, de nuestra piel, de nuestros genes etc. es producto de una evolución de millones de años. Nuestra evolución lo quiso así. Y el deterioro de un cuerpo inerte, de la oxidación de una varilla de hierro de nuestra ventana es producto de la acción del aire actuando sobre ese metal. La química lo quiso así. No envejecemos porque la Tierra gire o no gire, porque de todos modos todas las cosas se marchitan.
El binomio reloj-tiempo se presta para muchas ironías, como el cálculo que se hace para saber cuántos años tiene el universo. Según la teoría del big bang, este evento ocurrió hace 14.000 millones de años aprox. Para realizar dichos cálculos, claro, se tomaron los ciclos terrestres, ningún otro. Si bien, el sol ni la Tierra no existían en aquel entonces, ni mucho menos un humano para contabilizarlo, esa cifra supone el número de vueltas que ha dado la Tierra desde el origen de la primera partícula en el universo, aunque la Tierra no haya dado realmente esa cantidad de traslaciones, y es que nació hace 4.500 millones de años. Entonces, solo son ajustes, cálculos basados en los ciclos actuales de nuestro planeta, aunque esa no sea la cifra exacta, lo que sí es seguro que desde el big bang ha habido un continuo deterioro y transformación de toda la materia del universo.
Al ser cada persona evolutiva y sociable, el reloj, además de medir los ciclos de los astros, lleva intrínsecamente medir los eventos sociales y naturales que se presenten cada vez que la Tierra de una vuelta, tanto en los seres vivos e inertes. Ejemplo: la cantidad de traslaciones que transcurren al crecer un árbol (evento natural). En este caso, si el reloj mide cinco ciclos, el resultado de este evento lo registramos en el álbum de la historia. De igual modo, al calcular en cuanta fracción de un ciclo se cocinaron los frijoles (evento social), tal vez no lo registremos en nuestro álbum, pero sí registramos el crimen de un importante personaje, que se da en cuestiones de minutos.
Muy importante aclarar que no estamos diciendo que sin la existencia de los movimientos constantes de nuestra roca celeste no existe el tiempo ni el reloj. Al no existir la rotación ni traslación terrestre, muy seguramente el ser humano se hubiese buscado otro método de medición del tiempo para calcular la vejez del árbol, ya que este crece sin la medición de ciclos (con tiempo y sin tiempo); o para que no se nos achicharren los frijoles, puesto que estos se achicharran con reloj o sin reloj. Asimismo, todos los eventos sociales (un partido de futbol) o naturales (estaciones del año o crecer una planta), de todos modos acontecerían si a alguien se le ocurriese añadirle o quitarle números al reloj o meses al año.
Vamos dejando claro que el reloj, nuestro instrumento de medición de ciclos, lo simplificamos y maximizamos (por decir algo) según la necesidad que tengamos de medir eventos tanto largos o cortos, y tanto naturales como sociales. La duración de cada evento lo establece el afán de cada persona. Los eventos cortos o actividades de poca duración pueden darse en un minuto, una hora o en un día. Por tanto, «simplificamos» un fenómeno natural como es el movimiento de rotación (día) en horas cuando disfrutamos una película con esa duración, o cuando nos dan esa cantidad de tiempo para responder un examen escolar; en un minuto, cuando esperamos que la luz roja cambie a verde. Los eventos largos son actividades que duran más de un día, como son las vacaciones, un viaje en barco desde América a Europa, la espera del próximo mundial de futbol, el crecimiento de un individuo, etc. Para calcular el tiempo de duración en los eventos largos, multiplicamos las horas o los días, con esto nos darían las semanas, meses, años, décadas, milenios. Lo cierto es que no vamos envejecer ni una milésima de segundos o un año si le añadimos más horas al reloj, ni tampoco vamos a rejuvenecer si le quitamos una hora.
Pero lo anterior no es exclusivo de la magnitud tiempo y de su herramienta reloj, del mismo modo acontece con otras magnitudes físicas, como por ejemplo: el binomio metro-longitud. El metro lo simplificamos en centímetro y milímetro para medir distancias cortas, y lo maximizamos en kilómetros o millas para medir distancias largas. En este caso, un árbol no crece más o vuelve hacerse pequeño si a alguien se le ocurriese añadirle o quitarle centímetros al metro. Así ocurre con las demás magnitudes físicas, pero la diferencia de estas con la magnitud tiempo, en cuanto a añadirle o quitarle números al reloj, es que creemos que podría afectar nuestras vidas, en especial al deterioro, al envejecimiento, pero no es así. Esto sucede porque una parte del binomio reloj-tiempo es intangible. Y es que al ser el tiempo intangible tenemos esa vaga idea de transportarnos al futuro si la Tierra acelerase su rotación o al pasado si esta girase al revés.
No suena descabellado manipular las horas del día, quitarle o añadirle minutos u horas, dado que todo esto depende de las nuevas condiciones que impongan los ciclos terrestres, si se les da por acelerar o desacelerar en el espacio. Y estos fenómenos son muy comunes en el espacio. En nuestro entorno podría darse por el alejamiento de la luna en relación a la Tierra. En estos momentos no se hace necesario manipular el reloj, porque el alejamiento de la luna de la Tierra es de una distancia de cuatro centímetros por año, muy pequeña, y no alcanza a ralentizar tanto a la rotación terrestre, asunto de gravedad. Pero en siglos menguara la gravedad que los sostiene atado, la rotación terrestre sería más lenta, y tendremos que ajustar el reloj a esas nuevas condiciones que nos impone las rocas en el espacio. En este evento, nuestras vidas, tanto en nuestro crecimiento natural como en lo social, continuarían su ritmo normal. Al igual al árbol que no crece si se añaden centímetros al metro, nosotros no crecemos o envejecemos más si le añadimos o quitamos rayitas o granos de arenas al reloj. De igual modo, el hierro de las rejas de nuestras viviendas continúan su proceso de oxidación normal, puesto que este fenómeno depende de la acción del oxígeno sobre este elemento, y es un proceso que únicamente se suspende si nuestra atmósfera dejase escapar el oxígeno, y no por la manipulación de las horas o movimientos terrestres.
Sobre la disminución de la velocidad de rotación debido al alejamiento de nuestra luna, merece una explicación más detallada, que daremos más adelante.
La trasformación de cada individuo y de todo lo que nos rodea se da en simultánea con los ciclos terrestres, no obstante, dicha transformación seguiría su curso normal sin ciclos o con ciclos. Un ciclo terrestre en este momento está aconteciendo en simultánea a cualquier evento social y natural, por ejemplo, mientras leen este ensayo (social) está en puesta en marcha un ciclo de 365 días (natural), y aunque no lo notemos, envejecemos cada segundo (natural), ante esto: tenemos la noción de presente; y si ya sucedió el ciclo y el evento, es decir, ya leyeron el ensayo: aparece la noción de pasado; y si esperamos que el ciclo se repita, y planean leer el ensayo para más tarde o para el día siguiente: aparece la noción de futuro. Indicamos lo que hacemos, lo que vamos hacer y lo que hicimos mientras la Tierra da vueltas, y cada recorrido terrestre lo ordenamos en secuencia o calendarios, y luego lo registramos en el álbum de la historia. Este álbum simplemente es una colección en secuencia de hechos presentes aderezados en recuerdos y expectativas.
Por otra parte, el reloj no deja de funcionar si se detiene cualquier movimiento del planeta. El reloj no sufriría ninguna alteración, ningún cambio en lo físico ni en lo funcional si la Tierra dejase de girar, pues solo es una herramienta giratoria que obedece a un diseño del ser humano, no decide por sí mismo, el reloj no tiene poderes sobrenaturales para hacerlo. Igual sucede con todos los objetos creados para girar, como son: las ruedas de los carros, carruseles, ruletas de la suerte, ventiladores, etc. al igual que las manecillas giratorias del reloj, estos objetos no se detienen al suspenderse el caminar de la Tierra en el espacio, si han de suspenderse lo harían por el deterioro de la vida útil, daño o manipulación del hombre. Las agujas del reloj seguirán caminando si el recorrido terrestre se detiene, pero en este caso no contabiliza nada, se vuelve un objeto inútil, o un objeto decorativo, o un simple cachivache. En cambio, otros instrumentos de mediciones físicas, como la cinta métrica o el termómetro no se hacen inútiles, pues en un suceso como ese, que nuestra gran roca dejase de girar, a todo lo que habita en nuestro planeta se les seguiría midiendo su volumen, su diámetro, su temperatura, etc.
El tiempo (resultado de ciclos) y el reloj (herramienta) no tienen ninguna influencia ni dependencia con la composición de la materia. Al binomio reloj-tiempo no le interesa las características de la materia, para nada le interesa si es grande o pequeña, con poca o mucha masa, si es gaseosa o rocosa, si es lisa o pedregosa, blanca o negra etc.: solo le interesa que gire.
Prácticamente el objetivo del binomio reloj-tiempo es enumerar el orden de transformación de la materia, un orden ascendente e inquebrantable como lo es germinar, crecer, reproducirse y morir.
En cuanto al final del tiempo, señalamos que las primeras partículas subatómicas tienen que cumplir la función de girar constantemente para que naciese el concepto del tiempo, luego se hicieron más evidentes en los grandes cuerpos celestes. Teniendo este concepto claro, otra definición del tiempo sería: «El tiempo es la cantidad de ciclos (o fragmentos) de las masas giratorias, y todas las variaciones que se presenten en la descomposición del planeta y todo lo que habite sobre ella, contabilizadas por el reloj». Por todo ello, el tiempo vacía su vaga existencia cuando las masas dejasen de dar vueltas. O sea, el tiempo desaparece aunque la masa no desaparezca y siga transformándose, y continuemos habitando sobre ella, siendo así, no hay nada que medir constantemente.
Si la Tierra paraliza sus movimientos tendríamos que buscar otro cuerpo celeste al cual le midamos sus ciclos, puesto que para cada civilización es imprescindible medir las variaciones de cada masa y los eventos naturales y sociales, y registrarlos en el álbum de la historia. Para tal labor tendríamos que tomar de referencia los movimientos de la luna, de los planetas o las estrellas, de esa manera retomar sus patrones como lo hicieron nuestros antepasados, y unificarlos en un reloj. Si tomásemos los ciclos de la luna, pues es lo más cercano que tenemos, al hacerlo celebraríamos nuestro cumpleaños y año nuevo cada veintiocho días. De hecho, las fases de la luna en algún momento fueron referencia para calcular el tiempo. Otra solución sería construir un dispositivo que gire constantemente, y que esté ubicado a la vista de todos sus habitantes.
Por ventura, los movimientos cíclicos son propios de los cuerpos celestes, siempre van existir los cuerpos que giren en el espacio y, obviamente, a la vista de toda civilización; por esta condición, siempre va existir el tiempo, será perdurable, aunque nunca dé ni un solo pasito a la eternidad. Y como diría algún filosofo, el cual no recuerdo, dijo más o menos así: «La eternidad es como el deterioro de una esfera de hierro del tamaño de la estrella más grande del universo, que para tal propósito, una hormiga tiene que surcarla las veces que sea necesario, esto para que con sus patas desgastase totalmente la gran bola de hierro, y cuando lo consiguiese finaliza la eternidad».
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